La Veranda de Rafa Rius
Yo no soy de aquí
pero tú tampoco
Jorge Drexler
Italia siempre ha sido un país un tanto peculiar para la cosa de las elecciones. Nada que ver con sus vecinos del Norte -Francia, Alemania o el Reino Unido- donde desde el fin de la 2ª Guerra Mundial se ha alternado en el Gobierno de la nación, el binomio de un partido conservador y otro más o menos “progresista”. En Italia, ese binomio, representado por la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, con un potente Partido Comunista que nunca llegó a gobernar, se rompió en los años 80 con el ascenso del socialista Bettino Craxi, que pronto tuvo que dejar el poder acosado por numerosos escándalos de corrupción y a mitad de los 90 con la llegada de Silvio Berlusconi que, con su actitud a lo Donald Trump “avant la lettre”, removió en profundidad las aguas de la política italiana, ya de por sí bastante convulsas.
Con una inestabilidad muy elevada (entre 1992 y 1995 llegaron a haber hasta 5 Gobiernos). Con unas mafias omnipresentes -Cosa Nostra, Camorra, N’Draghetta- impregnando en profundidad todo el tejido social, político y económico, en principio en el Sur pero progresivamente llegando a toda la península, sin olvidar un fascismo residual pero amenazante, representado por el MSI con la mismísima nieta del Duce como líder, fue formándose una peculiar idiosincrasia política que ha llegado hasta nuestros días. Para acabar de subrayar la singularidad italiana, en 2011 fue elegido Presidente del Consejo de Ministros, (por consenso o resignada aceptación) Mario Monti, un tecnócrata independiente, sutilmente impuesto por la UE para intentar enderezar el rumbo de la economía, afectada por una profunda crisis que puso a Italia al borde del rescate.
Por si todo ello fuera poco, en las regiones ricas del Norte (Emilia, Friuli, Liguria, Piamonte, Lombardía…) se ha ido gestando una progresiva desafección, cuando no claro rechazo, hacia unas regiones del Sur de la bota, (Catania, Sicilia, Calabria) que un considerable número de personas del Norte, considera que expolian y devoran su riqueza. ¿Nos suena de algo?. El rechazo al “otro” no se dirige ya sólo al procedente de allende sus fronteras, sino que dentro del mismo Estado, se da de lado a los procedentes de las regiones más pobres del Mezzogiorno.
Así las cosas, en las últimas elecciones del 4 de marzo, la situación se ha tornado más confusa si cabe. Al laberinto habitual se ha sumado la presencia de un nuevo ganador de las elecciones: el Movimiento 5 estrellas con un 32% que no le permite gobernar y una coalición de derecha (Força Italia-Berlusconi) y extrema derecha (Liga Norte y diversos grupúsculos fascistas y xenófobos) que a pesar de sumar más votos (37%) tampoco le alcanza para gobernar. El Partido Democrático de Mateo Renzi y la coalición de centro izquierda se ha quedado en un 23%. Dado que uno de los aspectos de momento intocables del programa del Movimiento 5 Estrellas es su negativa a establecer cualquier tipo de pactos, la situación se presenta bastante confusa.
Pero para acabarlo de arreglar, si algo ha centrado la disputa entre los dos primeros partidos ha sido el comprobar quién se quedaba como adalid de la xenofobia. En la coalición de extrema derecha, estaba claro. Con Força Italia, la Lega Norte y nombres de pequeños partidos como: Prima l’Italia, Fare Italia o Io Amo l’Italia, ya podíamos imaginar por donde iba la cosa. Pero lo que ha sorprendido a algunos es que el ganador Movimiento 5 Estrellas, que iba de antisistema, haya centrado uno de los ejes de su campaña en el tema de los inmigrantes. Cierto que el asunto no es fácil, con más de 77. 000 migrantes llegados a las costas del Sur de Italia el pasado año, hasta completar un total de cerca de 300 000 y con una Unión Europea que no sabe no contesta, incapaz de hacer frente al problema, pero eso no justifica en ningún caso la inhumana insolidaridad de una posición xenófoba y mucho menos, el utilizar la demagogia con un tema tan grave, como una forma fácil y rastrera de ganar votos. Sólo con políticas de integración activa, mucho más allá de la labor puramente asistencial, se podría paliar algo la situación pero es complicado cuando la irracionalidad más absoluta se instala en el poder, cuando por espurios intereses electoralistas se agitan las estúpidas banderas del rechazo al que no ha tenido la inmensa fortuna de que lo hayan nacido en tu mismo lugar.
Ya lo cantaba no hace tanto tiempo Georges Brassens en “La balada de la gente que ha nacido en algún sitio” y sigue de triste actualidad:
“… Y es estar habitadas por gentes que miran
El resto con desprecio desde lo alto de sus murallas.
La raza de los patriotas, de portadores de estandartes,
Los felices imbéciles que han nacido en alguna parte ( )
No es un lugar común el de su nacimiento,
compadecen de todo corazón a los pobres desgraciados,
a los pequeños desafortunados que no tuvieron la presencia,
la presencia de espíritu de ver la luz entre ellos.
Cuando suena la alarma sobre su felicidad precaria
Contra los extranjeros, todos más o menos bárbaros,
Salen de su agujero para morir en la guerra.
Los felices imbéciles que han nacido en alguna parte…”