La Veranda de Rafa Rius
El tiempo fluye como un río en la oscuridad, en la penumbra de la memoria; los hechos pasan a nuestro lado sin dejar huella aparente. Se van sucediendo en un caudal incesante. Se atropellan y superponen mientras van quedando a nuestra espalda dejando un rastro difuso en el recuerdo. Lo que hoy nos conmueve la próxima semana será pasto del olvido. Lo que ahora acapara titulares mañana andará perdido en media columna relegada a las páginas interiores.
Todas las personas poseemos dos vertientes, dos vértigos: uno hacia dentro y otro hacia fuera que, aun interconectados, son diferentes. El hacia dentro, cada cual se lo negocia según sus posibilidades. El hacia fuera, lo que podríamos llamar nuestro yo social, nos asalta cada día en forma de confuso revoltijo de supuestos descubrimientos, inextricables en demasiadas ocasiones. Un turbio y complejo consomé repleto de hallazgos difíciles de desentrañar.
Hay quienes lo tienen fácil: inasequibles a la duda, provistos de un sólido catecismo de lo que toca, de lo ortodoxo y lo políticamente correcto, subliman certezas como quien reparte cacahuetes. Hablan en nombre de los demás (“lo que los españoles necesitan es…”) sin que les tiemble el pulso y sentencian ex cátedra sobre todo lo divino y lo humano.
En cambio, los que descreemos de cualquier forma de fe, lo tenemos más difícil. Cuando toda certeza se presenta provisional y contingente. Cuando se impone la evidencia de lo efímero que resulta aquello que parecía imperecedero, lo inmutable que resulta ser lo que creímos fugaz, cuando lo que parecía más real deviene ilusoria apariencia, entonces sólo queda seguir surcando el breve paréntesis entre los dos grandes vacíos; desde ningún lugar hacia ninguna parte, desde ninguna parte hacia ningún lugar. Instalados en la duda irrenunciable, continuar a pesar de todo y de todos, seguir nuestra marcha hacia un horizonte incierto, siempre en retirada hasta que llegue el instante en que no lo divisemos más.
Pero que todo ello no suponga ningún obstáculo para seguir caminando, seguir luchando a pesar de todos los pesares, porque lo que no es difuso, lo que sí que aparece incontrovertible para nuestro yo social es la radical injusticia del mundo en el que vivimos, las continuas masacres, la denodada explotación de las personas en centenares de situaciones y lugares del planeta. No podemos permitirnos la indiferencia frente al dolor ajeno porque sería un suicidio ético irrecuperable. Un ejemplo: si caemos en la estupidez de cualquier patriotismo y por consiguiente, de cualquier forma de xenofobia, si llegamos a creer el absurdo despropósito de que la tierra que pisamos es más nuestra que de cualquiera, que hay algún mérito en que nos hayan nacido en un determinado lugar, comenzaremos a estar irremediablemente muertos.
Más que muertos a lo que estamos avocados es al suicidio. Necesitamos la emigración, como minimo unos cuantos millones de emigrantes que nos hacen falta sin demora alguna y en plano de igualdad. Mal que les pese a los maltusianos de derecha e izquierda vergonzante, aunque les sienta mal a aquellos que defienden el mal argumento de que la robótica va a mandar al paro a ingentes cantidades de obreros, reduciendoles a números en las estadisticas oficiales. Los necesitamos, sean negros, amarillos o cobrizos. La extrema derecha y el fascismo con su discurso racial y de bandería no da solución al problema social porque no lo tiene. Otra cosa bien distinta es el darles crédito y comprarles su discurso, por ello el discurso razonado de los bien nacidos se produce siempre de dentro hacia fuera siempre, lo contrario es adoctrinamiento y manipulación. ¡Los necesitamos mal que pese!
Emili Justicia