Desde la franja de Mieres. Abel Ortiz
Resulta que Castilla es la cuna de la modernidad capitalista. La tesis, solvente y sólida, lo contrario de líquida, se explica fácil. Cruzar el charco, arcabuz y biblia en mano, cartografiar las costas del atlántico e invadir un continente desconocido, con ilimitados recursos por saquear, tiene como consecuencia no prevista, más azar que necesidad, un cambio en el equilibrio mundial realmente existente durante milenios.
Cuando uno está orientado es que mira a Oriente. De Oriente vinieron, y del sur, la mayoría de saberes, bienes y herramientas; el álgebra, la astronomía, los logaritmos, la semana de siete días, la medicina, la noria, el papel, la moneda, la seda, la porcelana, el te, la pasta.
Don Quijote, en la historia recogida por Cervantes de un sabio árabe que probablemente no había oído hablar de Oxford, no reconoce los molinos de viento, nunca antes los había visto. Llegaron de Persia menos de un siglo antes; un prodigio tecnológico.
En el siglo xv, desde el extremo Oriente, Mindanao o Pekín, hasta el África Occidental, Fez o Dakar, corre un sistema comercial que interconecta un mundo, (por tierra y mar, a través de caravanas, la ruta de la seda, la conexión de las costas árabes, africanas e indias) mucho más desarrollado y civilizado que la aislada Europa medieval. La edad media, invento europeo, se caracteriza por un feudalismo que no se dio en el resto del mundo a pesar de la insistencia en aplicar la plantilla.
La reconquista, un cuento chino, no aparece en ningún texto como idea o palabra hasta el siglo XIX. Para que haya reconquista debe haber conquista. Los romanos tardaron dos siglos y medio, con legiones y campamentos, falanges y Numancias, en ocupar militarmente la península. Los árabes en diez años, con diez mil soldados, llegaron desde Algeciras al sur de Francia.
Puede que los que recogieron el estandarte de los visigodos, invasores de la Hispania romanizada, no tuvieran mucho que ofrecer a su población frente a la fuerza del comercio, las nuevas tecnologías, la tolerancia religiosa o la fiscalidad de los Omeya, recién llegados de Damasco, el París del siglo octavo. Lo militar interviene en pequeña medida y no explica ocho siglos de administración árabe, un imperio todavía mercantil, precapitalista.
Y en esto llegó Isabel.
En 1492 se expulsa a judíos, con presencia milenaria en la península, y moriscos, es decir creyentes del islam. Huelga decir que no les dejaron llevarse más que lo puesto. Un expolio que produce ya un capitalito, nuevas tierras, algunas masacres y una homogeneidad religiosa muy práctica para gobernar. Ese mismo año un trianero grita: Tierra a la vista. Colón encuentra un camino más corto a la India y, todavía en el tercer viaje, se cree a tiro de piedra del Ganges. Escribe desde Panamá.
Estamos a pocas décadas de la plata de Potosí, el nacimiento del capitalismo, la acumulación original. Los sefardíes expulsados pasan a Portugal, a Holanda y por fin a Nuevo Amsterdam, que sería pronto Nueva York. Se lamentan, entre otras cosas de la expulsión de Sefarad, en un muro de la isla de Manhattan, Wall street. Los llamados moriscos, el vecino de Sancho Panza y otros, cruzaron a Fez, Argel u Oran. El vacío cultural por la amputación de la comunidad empezó a ser terrorífico. Inquisición, poner en cuestión, a la manera del santo oficio, una sociedad entera.
La controversia de Valladolid 1551; Los indios, (de la India que no es India) tienen alma, conceden ante la duda los obispos. Pero poca, están sin evangelizar. Los negros ninguna, no son evangelizables, son animales.
Comienza el tráfico de gente esclavizada que acabará financiando el milagro occidental, la banca internacional, la deuda, el pienso para los países subdesarrollantes, la revolución industrial.
Los habitantes de América parecen a seis días de la creación según De Las Casas. No han leído a Adam Smith, ni saben que como individuos tienen que hacer un contrato entre ellos, producir e intercambiar lo producido.
Nace la modernidad al abrir el Atlántico a una Europa aislada, y el capitalismo al apropiarse los invasores de los recursos, generando devastación en la colonia y riqueza en la metrópoli. Plata más plus valor. El imperio en el que no se ponía el sol.
Esto es lo que explican, más o menos, simplificando mucho, algunos de los mejores teóricos de la descolonización: Bolivar Echeverría, Diana Fuentes, Enrique Dussel, Luís Arizmendi, Ramón Grosfoguel.
El eurocentrismo impregna todo. Dicen los franceses que la modernidad empieza con la revolución francesa, los ingleses que con el parlamentarismo liberal, los alemanes que con el fin de las guerras de religión. Africa, América, Asia, Oceanía…comparsas.
El eurocentrismo es hijo del helenocentrismo. Esta genealogía arbitraria, elegir antepasados en la Grecia antigua y trasladar al no-ser a los demás, llega a su punto más delirante en Heidegger, el filósofo del nacional-socialismo, profesor de Hanna Arendt, la filósofa de los muy liberales.
La filosofía la inventan, de la nada, los griegos. A pesar de que el mismo Aristoteles diga que su conocimiento viene de Egipto. Todas las universidades occidentales, siguiendo el camino de los románticos alemanes, o los economistas ingleses, quieren antepasados blancos.
Se instala la blanquitud como patrón, el hombre blanco es la medida. Se trata de negar al grupo de africanos, los primeros homo sapiens, que salieron de Africa y llegaron a todos los rincones del mundo. Asaltar África al abordaje. Blanquear la historia para justificar la biblia y el arcabuz, el opio y la union jack, la esvástica y los panzers. Europa es, en griego y en su selfie con filtro, el alfa y el omega de la humanidad. La negritud, salvajes sin historia per.fectamente ametrallables en Rodhesia o el Congo belga.
La corona de Castilla, a los aragoneses no se les permitió explotar lo sometido, recibió tantas toneladas de plata que en poco más de un siglo hundió, devaluándolo, el mercado unificado por el islam y conectado con el sudeste asiático.
Los europeos del norte llegan a las costas de Norteamérica atravesando la nueva autopista Atlántica. Todavía a finales del siglo XIX los indígenas podían ver pasar por las praderas, durante días enteros, manadas interminables de bisontes. Cuando llegó el ferrocarril al medio oeste se ofrecían rifles a los viajeros para disparar desde el tren a los animales. Activas las guerras contra los indígenas acabar con su comida ayuda en el proyecto de exterminio. Eran colectivistas y la familia era matrilineal. Un matriarcado; Achtung, Achtung.
Los reyes, se casaban entre ellos, primos o no. Podían ser alemanes, franceses, italianos, Austrias o Borbones; Europeos, cristianos, blancos. Castilla, dominadora e imperial, 1521, se levanta contra el emperador venido del norte.
El mito comunero de Villalar que Ferlosio explicaba como el último intento de los dioses medievales contra las negras armas del renacimiento. Un renacimiento que proponía a Grecia y Roma como modelo. La agonía, lo agónico, las olimpiadas, la competitividad. Atenas y Esparta.
El capital pasó al norte de Europa en guerras de Flandes y armadas invencibles. Los imperios siguientes, Holanda, Francia e Inglaterra, van construyendo una ética protestante que reconfigura el capitalismo católico. Es la vigente, aunque en declive. Nos estamos orientando otra vez, como es lógico.
Los imperios significan miseria. En la colonia y en la metrópoli. Mas en la colonia claro, pero no sólo. La riqueza del imperio español servía para que los hidalgos castellanos se pusieran migas en la barba y simularan haber comido. La riqueza victoriana no alimentaba a las niñas de Dickens abandonadas en las calles.
El duque de Alba, los validos, los Austrias y los Borbones, los cortesanos, los encomenderos, los aperreadores de indígenas, los indianos, los mercenarios, los aventureros, los cardenales y los obispos. Aristócratas; los mejores. Los peores andaban pasando gazuza por los caminos de Extremadura como en La marrana de José Luís Cuerda.
Castilla colonizó, antes de llegar a América, toda la península y las islas Canarias. En el corazón de ese imperio, cerca de El Escorial o de La Granja de Segovia, cuanto más plata llegaba, más crecía la miseria en los pueblos y en las ciudades. Por ejemplo en Majerit, Madrid, poblado bereber borrado de la historia por la cristiandad, a pesar de la evidencia arqueológica de su muralla árabe como vestigio más antiguo constatado, o de Al-mudaina, la Almudena, patrona de la ciudad.
Castilla repobló regiones enteras imponiendo sus códigos con soldados y jesuitas. Insistió en el delirio imperial y en la limpieza de sangre. Insiste hoy. El Escorial sigue ahí, en el mismo paquete de excursión que el valle de los caídos.
En las castellanísimas novelas de Delibes vemos gentes que comen ratas, santos inocentes, jornaleros y señoritos terratenientes. La Castilla polvorienta del adobe y el abandono. La Castilla de Machado que desprecia cuanto ignora envuelta en andrajos. La Castilla violenta de los autos de fe y las persecuciones. También hubo prebendas y privilegios, chancillerías y nobles, palacios platerescos, fastos, grandes fábricas de tapices, academias militares. La parafernalia de los imperios.
Desconectar su élite, creadora de la cosa nostra primigenia, subsumida en el estado, y la guappería, con mando en plaza, es primordial. La Sicilia Borbónica sobrevive con vuelo diario a Nueva York. En Castilla imputados con nombres irreconocibles para el público, aún siendo responsables de la economía regional, mueren a días de declarar. El fru-fru de las sotanas entreteje redes; la democrácia cristiana, reconversión del nacional catolicismo, se instala con vocación de eternidad.
Descolonizar las mentes de quienes en la calle tienen sueños imperiales en flash back, va a ser más difícil. Son muchos siglos de terror, estigmas, jamón, desfiles y procesiones, discursos de próceres, libros de historia inventados, guerras aniquiladoras, cunetas, catecismos y paredones. Los imperios, como los regímenes, cuanto antes caigan mejor. Menos daño hacen en la colonia y menos envilecen la metrópoli.
Tengo por castellana una máxima incontrovertible escasamente aplicada: Nadie es más que nadie. Alatriste incluido. Es un punto de partida. Pero cuidado, el arcabuz, aunque oxidado, sigue en uso. Y los de la cruz aferrados al pragmatismo:
Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos,
cuando son más que los buenos.
Los buenos siempre somos nosotros, seamos quienes seamos nosotros. Y los malos siempre son ellos, sean quienes sean ellos. En Castilla y en Pekín.
Dividir el mundo en buenos y malos, el punto cero de la experiencia moral. Ferlosio dixit. Y cito otra vez a Ferlosio porque es más que dudoso como proclive a la postmodernidad, esa autocrítica eurocéntrica según los admirables autores de la descolonización, más o menos epistemológica.
¿Habrá en todas las sociedades los mismos cuatro ethos que describe Bolivar Echeverría como estrategias de supervivencia en la modernidad capitalista?
Digo yo de, mientras tanto, casar a M. Rajoy con la Merkel…Eso si, puede salir un Frankestein. Otro mito romántico.