José Asensio. Equipo de Comunicación CGT-PV
Tarde del viernes 27 de octubre de 2017. Mientras el Parlament de Catalunya daba comienzo al primer acto de la República Catalana, no muy lejos de allí, en tierras vascas, se abría el II Encuentro Internacional sobre Ecología Social (1). Dos hechos históricos relevantes. El primero televisado para medio mundo. El otro prácticamente silenciado. Y no solo por los grandes monopolios empresariales del audiovisual. Entre tanto bombardeo del espectáculo mediático en que se está convirtiendo el “Procès”, las jornadas realizadas en Bilbao pasan casi desapercibidas para muchos de los medios alternativos al “sistema espectáculo”. Y eso que el programa, las personas participantes y la propuesta de talleres, tienen en estos momentos una transcendencia fundamental para la reflexión crítica, pero sobre todo para su puesta en práctica, en muchas organizaciones, colectivos y personas que trabajamos por la transformación social desde una óptica libertaria y anticapitalista. Sirva este escrito para dejar algunas pequeñas reflexiones, tan utópicas como cercanas a la realidad que me rodea y a mi propia experiencia. Todas ellas vinculadas a dos ideas principales: tierra y libertad. Sirva también para invitar a la lectura de mucha de la documentación que se puede encontrar en la web del Encuentro y en las páginas referenciadas al final de este artículo.
Las Mayorías
Para quienes creemos que las decisiones que implican a colectivos de personas tienen que desarrollarse desde la base, con la búsqueda de los mayores consensos posibles, con el uso de la negociación de igual a igual, la razón por encima de la fuerza o el poder y la mayor descentralización posible, el concepto “mayorías” acabaría siendo utilizado, o tendría que serlo, como el último recurso instrumental para dar salida a esas decisiones que ya no admitirían más demoras ni espacio para seguir buscando la unión de todas las sensibilidades y puntos de vista en conflicto. Y, por supuesto, nunca deberían suponer posteriormente pasar “el rodillo” o humillar a quienes quedan en minoría. Más aún cuando el término mayoría lo aplicamos sobre una colectividad tan compleja como una etnia, un pueblo, una nación.
Sobre la aplicación de las mayorías, sean absolutistas o de amplio margen, hemos abominado cuando eran tomadas desde cualquier ente estatal, partido o colectivo, si con ello “arrasaban” con la disidencia que no era partidaria de dichas medidas. Parece que en el actual escenario no solo tenemos un abuso indecente y descarado de los términos “ley y orden” por parte del aparato estatal, y los partidos que lo representan. En el mismo sentido se apela continuamente a las mayorías que nos dan las urnas o a la abstracta expresión “la mayoría silenciosa”. Pero, del mismo modo, podemos ejercer un abuso partidista cuando nos apropiamos del término generalista “la mayoría del pueblo catalán” ya que refleja una predisposición a otorgarnos la total representación de todo un colectivo sin tener en cuenta los evidentes matices que lleva implícitos dicho colectivo.
Al hilo de esta introducción, recordar brevemente otro momento histórico tan relevante en la historia reciente de Catalunya como el ocurrido en Barcelona en julio del 1936. La CNT de Catalunya controlaba la calle, tenía armas, el apoyo de una “mayoría del pueblo” y decidió otra cosa que no supusiera una fractura social difícil de coser y, obviamente, embarazosa de explicar a las generaciones posteriores bajo los ideales que practicaba el anarquismo (2). No hubo una estrategia diseñada y planificada para la destrucción del “enemigo”. Es más, más allá de los evidentes casos de abusos y violencia gratuita que los hubo, distorsionados posteriormente por el fascismo y la iglesia católica española como chivo expiatorio de la posterior aniquilación y represión a millones de personas, poco se destaca en la historiografía oficial del papel de muchos y muchas cenetistas para evitar, no solo derramamientos de sangre, sino también arbitrariedades de todo tipo (3).
Sin comparar ambas situaciones históricas sí que es evidente que más de una reflexión sobre la cuestión de las mayorías habría que realizar, sean estas aplicadas sobre un ente territorial o sobre una organización.
Las estructuras
El encuentro de Bilbao tenía en su jornada inaugural unas interesantes mesas redondas que giraban sobre las estructuras. Partiendo del previo debate sobre la situación actual de la socialdemocracia y el municipalismo libertario, comunalismo y el confederalismo democrático, en una de las jornadas se ponía el acento sobre una pregunta fundamental: ¿Las instituciones necesarias, las del estado o las que crearía el pueblo?
La cuestión de las estructuras es siempre objeto de discrepancia en las organizaciones libertarias y, en general, en todas las que se definen anticapitalistas. Desde posiciones sumamente individualistas, en contra de cualquier forma de organización, hasta las corrientes anarco independentistas (4) existe una amplia forma de abordar cómo nos organizamos, y de ahí que estrategias podemos establecer, para los fines comunes colectivos.
Lo bien cierto es que quienes formamos parte de organizaciones anarcosindicalistas partimos de una base estructural, el sindicato de rama o servicio, y de una forma de estructurarse, la federación entre sindicatos. La cosa, “curiosamente”, ya no es tan sencilla cuando añadimos a esa estructura “obrera” el lógico espacio territorial donde se desarrolla. En el caso que yo mejor conozco, la CGT, sigue manteniendo la forma federalista para agrupar sus sindicatos dentro de un territorio. Nos federamos vinculándonos a federaciones locales, comarcales y, si hay mayor agrupación sindical territorial, estos sindicatos se confederan necesariamente en una estructura que en algunos casos responde a una nacionalidad histórica, pero en la mayoría de casos se estructura como las comunidades autónomas recogidas en la actual división territorial del Reino de España.
Sin extenderme mucho más sí que creo que el asunto de las estructuras territoriales se debate poco, y a veces con demasiada tensión cuando nos referimos a espacios cercanos. Curiosamente, y de ahí la expresión anterior entrecomillada, no se produce la misma situación cuando nos referimos al pueblo saharaui o al pueblo palestino, e incluso a luchas más claramente nacionalistas como las vinculadas a las naciones indias de América o al pueblo kurdo.
Para cerrar este apartado otra pequeña reflexión. Pensemos cómo podría ser la denominada cuestión catalana si el contexto en el que nos moviéramos no fuera el Reino de España, la Europa de los Estado-Nación y la dictadura del capital. Imaginemos que, utópicamente, estuviéramos en la federación de los pueblos y naciones de la Península Ibérica dentro de una Europa de pueblos y naciones. Y que el capitalismo hubiera sido sustituido por la autogestión y el comercio respondiera a las necesidades colectivas de esos pueblos. ¿Sería posible soñar con una Idea así?
La clase obrera y el sindicalismo revolucionario
Para una gran mayoría de organizaciones y colectivos la clase obrera es simbólicamente elemento o sujeto revolucionario. De su capacidad para la transformación social hay, a lo largo de estos últimos 150 años, ejemplos abundantes, pero también algunas distorsiones históricas y abundante bibliografía que discute su papel radicalmente crítico con el actual sistema capitalista. Desde la experiencia de años trabajando en una organización anarcosindicalista si es cierto que no podemos considerar el concepto clase obrera como un sujeto heterogéneo y, sobre todo, discrepo con aquellos que creen que por el hecho de tener conciencia de clase, estrictamente obrerista, es posible plantearnos cambios radicales en nuestras sociedades. Queda claro, también, que el espacio natural donde se desenvuelven las organizaciones obreras es el mundo del trabajo pero este no puede ser un espacio autónomo al resto de luchas y aspiraciones transformadoras.
A partir de ahí la reflexión es más compleja cuando relacionamos esa realidad, la conflictividad social del actual mundo del trabajo, con otras luchas tan necesarias como esta para dar respuestas factibles, o sea construir y no solo resistir, a la hegemonía del actual sistema político social capitalista. Es más, cuando leemos otros análisis críticos realizados desde espacios externos al sindicalismo revolucionario o compartimos espacios de “lucha” con colectivos estudiantiles, ecologistas, anarco feministas, antiautoritarios, antimilitaristas, por el derecho a la vivienda, etc. podemos ver que el elemento clase adquiere otra dimensión mayor, más alejada del mundo del trabajo, y que sitúa la fuerza de la necesaria formación y concienciación en amplias capas de la población. Aparecen, por tanto, otros términos “de clase” como las oprimidas, las de abajo o las clases populares. En esa dimensión mayor es necesario trabajar si no queremos seguir teniendo luchas y respuestas sectoriales, solo de clase obrera, sin conexión con el resto. Y, en esa estrategia constructiva, alejada de los férreos conceptos en que nos movemos cuando solo hablamos de ellos sin llevarlos a las práctica diarias, hay que tener respeto absoluto a la independencia de las organizaciones, que no acaben convertidas en instrumentos para los fines de otras, pero también a la necesaria descentralización orgánica para poder llevar a cabo los principios de federalismo y democracia directa que lógicamente nos alimentan.
Pero, como decía al principio de este apartado, también hay una tendencia clara a la distorsión de los hechos históricos vinculados a las luchas por la emancipación de la clase obrera. Por ejemplo, cuando a finales de 1868 el italiano Giuseppe Fanelli viene a la península ibérica para crear la sección española de la Primera Internacional, comienzo de la difusión de los postulados anarquistas de Bakunin y, por tanto, del posterior desarrollo del anarcosindicalismo, no son “estrictamente” obreros quienes acogen y propagan “la idea” emancipadora hacia las clases populares(5). Igualmente tampoco es cierta la “mística anarquista” que sitúa al anarcosindicalismo, en momentos históricos concretos y decisivos, totalmente alejado de determinados partidos políticos (6).
En este sentido, por tanto, hay que matizar los análisis “puristas” de clase cuando hablamos de interclasismo, de no confluir con la “burguesía” o con reivindicaciones de corte estrictamente político como pueden ser las aspiraciones federales y anti monárquicas. Más de una de nosotras hemos oído acusaciones de “son empresariado”, en boca de muchas compañeras de clase, cuando se referían a los actuales trabajadores y trabajadoras autónomas sin hacer ningún tipo de diferenciación ni contextualización de sus circunstancias laborales. O zanjar una conversación con expresiones del tipo “eso son reivindicaciones nacionalistas burguesas”, cerrando así cualquier tipo de reflexión de mayor profundidad.
Resumiendo, cualquier organización anarcosindicalista tiene al mundo del trabajo como espacio natural de incidencia, pero no puede anclarse al término “clase obrera” como si el mismo fuera la barrera que impide colaborar y trabajar con otras aspiraciones populares, radicales en su reflexión y transformadoras en su acción, si estas contribuyen a los mismos fines comunes. El encuentro de Bilbao abordaba expresamente la cuestión en una mesa específica sobre sindicalismo pero también en un taller con el sugerente título del papel psicológico del capitalismo en la alienación y destrucción de los lazos comunitarios y comunicativos.
José Asensio. Equipo de Comunicación CGT-PV
(1) http://ecologia-social.net/
(3) El ejemplo más destacado de lo expuesto sobre la radical oposición a la represión sobre las disidencias lo encontraríamos en la figura del cenetista Melchor Rodríguez:
https://es.wikipedia.org/wiki/Melchor_Rodr%C3%ADguez_Garc%C3%ADa
(4) Para leer sobre las distintas corrientes del anarquismo, dos sugerencias:
https://es.wikipedia.org/wiki/Corrientes_del_pensamiento_anarquista
(5) Páginas 13 a 16 del libro “Los anarquistas españoles, los años heroicos 1868-1936” de Murray Bookchin, esplendido estudio en profundidad de aquella época. Las dos pequeñas reuniones iniciales realizadas por Fanelli, con la ayuda financiera de un “distinguido antropólogo francés” y “el propietario del periódico La Igualdad” congregaron un reducido grupo de “impresores, pintores y zapateros…, incluyendo a Anselmo Lorenzo” en Madrid y a un grupo “perteneciente a la clase media…, entre ellos jóvenes estudiantes” en Barcelona.
(6) https://revistapolemica.wordpress.com/2013/03/27/el-poum-en-la-guerra-civil-espanola/
Sobre el binomio Tierra y libertad me consta que el solar Ibérico, tiene un número aproximado de unos dos mil quinientos pueblos abandonados o en proceso de serlo. El recuperar la comuna concejil, el empezar a tramitar el divorcio con el sistema pasa por recuperar ese «Capital» abandonado, para a su vez recuperar sus tierras, crear escuelas y servicios, al margen de todo eso que en los discursos se dice combatir. Hay una tarea ingente para hacer en ese camino de retorno. pero claro, una cosa es predicar y otra muy distinta es dar trigo, pues doblar el lomo en tareas de labor, sean estas las que fueren es harina de otro costal.
La Libertad siempre es cara y costosa y muchos de los que la reivindican creen a pies juntillas que la dan gratuitamente, se labora esta día a día y siempre es y será el resultado de una ardua labor y un tozudo propósito. Si hubiera otra forma o manera de conseguirla sería grato el saber como hacerlo.
De la independencia de Catalunya depende exclusivamente de ellos, los catalanes, sin victimismos ni lloriqueos, pero es curioso que planteen su independencia de España y no la intenten proclamar a su vez del sistema capitalista, ¡es curioso! ( En ese sentido reconozco que soy un mal español y si hubiera nacido en Catalunya seguramente sería a su vez un mal catalán)
Emili