La Veranda de Rafa Rius
Vivimos un tiempo en aceleración constante, un tiempo de precarios equilibrios sujetos a continuos cambios. Nos vemos obligados en nuestra vida cotidiana, una y otra vez, a adaptarnos continuamente a nuevas técnicas, nuevos actos y nuevas rutinas, El simple hecho de sacar un libro de la biblioteca o realizar cualquier gestión burocrática puede estar repleto de sorpresas, a menudo desagradables. Al mismo tiempo, toda la sobrecarga de información banalizada sobre las múltiples miserias del mundo, resbala sobre nuestra piel de lagartos sin hacer mella. Nada de lo que no nos afecte personalmente existe. Los que manejan el tinglado de la antigua farsa están empeñados en aquello que nos dis-traiga, con el fin de que la palabra solidaridad sea borrada de nuestros diccionarios, de que seamos islas -divide y vencerás- en un contexto masificado y acrítico en constante y neurótica búsqueda de lo nuevo.
El tiempo huye ante nuestra mirada alucinada a través de los agujeros negros de bibelots aparentemente inocentes instalados en múltiples y variados soportes tecnológicos, de diferentes formatos, de pantallas supuestamente “smarth” por las que transitan decenas de terabytes atiborrados de informaciones inanes, con efectos sedantes y perfectamente prescindibles, pero que consumimos con profusión y deleite hasta indigestarnos. En la actual sociedad cibercapitalista los seres humanos hemos sido reducidos a meras unidades de consumo y esa capacidad de consumo viene en buena medida determinada por nuestra condición de receptores pasivos de información convenientemente codificada y manipulada para conseguir los objetivos de negocio previstos por los gurús responsables del marketing.
Es de ver cómo en cualquier escena de la vida cotidiana de nuestras ciudades, en parques, salas de espera, vagones de metro… pululan zombies aparentemente vivos, con las narices metidas en su Tablet, su smarthphone, su ibook… aislados del mundo por sus auriculares… y los raros especímenes que vemos enfrascados en la lectura de un libro en formato papel o conversando sin necesidad de “guasap”, son observados con miradas de conmiseración y extrañeza como si formaran parte de una rara y peligrosa especie en peligro de extinción.
Tiempos de sobreabundancia en los que el exceso de información equivale a su ausencia. Un exceso para nada inocente a través del cual se pretende saturar nuestra capacidad de procesar, para que seamos incapaces de separar el grano de la paja, incapaces de descubrir entre la densa telaraña comunicativa en la que nos vemos atrapados, aquello que realmente nos interesa, incapaces de dilucidar lo que hay de falso en lo verosímil…
En la Edad Media, los partidarios de una Tierra plana, conjeturaban que los aventurados viajeros que osaran llegar a sus confines se encontrarían al llegar al borde con un precipicio insondable. En cualquier caso, nosotros, viajeros forzosos en el tiempo, también llegaremos a nuestro abismo. Allí se habrán acabado las tablets, los ibooks y los smarthphones con sus toneladas de información inútil.
A partir de ahí, el tiempo seguirá fluyendo pero sin nosotros.
I la mort jugarà als escacs amb nosaltres com a «El séptimo sello». Cada volta que puje al metro m´envaeix una nàusea insuportable. Moltes voltes em fa recordar les idees de McLuhan. No sols perquè el medi és el missatge sinó perquè eixe medi està mutant biològica i psicològicament als éssers humans, que a més ho agraeixen i estimen. Per fortuna nosaltres no ho vorem. Salutacions cordials.