La Veranda de Rafa Rius
Ahora que parece que la pesadilla del fascismo recorre de nuevo Europa -y no sólo- y que el huevo de la serpiente nazi ha eclosionado con fuerza en numerosos países, quizás sería interesante, dar algún apunte sobre el estado de la cuestión en eso que han dado en llamar España y cual ha sido su devenir histórico, aprovechando que se cumplen 80 años del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alacant.
José Antonio -hijo primogénito de Miguel, el militar cuya dictadura gobernó el Estado durante buena parte de los años veinte, con la aquiescencia del venal y corrupto Rey Alfonso XIII- fue el fundador de Falange Española y el introductor del ideario fascista de Mussolini en España, junto con Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma, fundadores a su vez de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, el embrión de lo que luego fue el sindicato vertical franquista.
José Antonio Primo de Rivera, que permanecía preso en julio del 36, no por motivos únicamente políticos, sino por habérsele encontrado un zulo en su casa de Madrid con numeroso armamento, fue fusilado en noviembre de ese mismo año condenado por incitación a la rebelión militar –único supuesto para el que existía la pena de muerte durante la 2ª República. A Franco, hábil maniobrero, totalmente carente de ideología definida (“Haz como yo: no te metas en política”) le vino mucho mejor un José Antonio muerto y oportunamente convertido en mito fundacional “portador de valores eternos en lo universal” en lugar de uno vivito y coleando, con gran predicamento entre sus filas y que pudiera discutirle el liderazgo durante su mandato de casi 40 años. Con la ayuda de su cuñado Ramón Serrano Súñer, falangista de primera hora y de Pilar Primo de Rivera, la hermanísima a la que encargó el aleccionamiento y control de las mujeres por medio de la Sección Femenina en lo que supuso una larga historia de terror e indignidad, utilizó descaradamente la Falange de José Antonio -al que siempre había odiado- como base “ideológica” de su partido único y como sustrato de poder político y social, hasta que a partir de la segunda mitad de los años 50 fueron siendo desalojados por el poder de la Iglesia encarnado en el Opus Dei, que contaba con el apoyo de una incipiente organización empresarial a la que el capitalismo desarrollista convenía más que la autarquía. Hasta la muerte del dictador, la Falange fue perdiendo peso paulatinamente y quedando únicamente como referente simbólico decididamente anacrónico.
A partir del año 75, con el comienzo de ese oscuro periodo histórico al que llamaron “Transición democrática”, la Falange, que concurría puntualmente a todos los comicios, desangrada además por varias escisiones, cayó en la total irrelevancia. Resultaba kitsch y demodé. Los nuevos fascismos andaban por otros derroteros.
Ahora que tal parece que soplan en el continente europeo vientos favorables para los nuevos-viejos fascismos, hay quien se pregunta por qué aquí siguen, aparentemente, anclados en la más absoluta insignificancia. Veamos las cosas con calma, porque igual la situación no es lo que parece. Si bien es cierto que el capitalismo actual posee mecanismos de control social más sutiles, sofisticados y poderosos que los del fascismo tradicional, no es menos cierto que Mercado no puede hacer oídos sordos a las nuevas tendencias electorales que indican por doquier un claro rebrote del ultranacionalismo con su correlato de racismo, xenofobia, misoginia, homofobia… y precisamente entre aquellas personas en situación más precaria que, según el marxismo ortodoxo, eran los principales perjudicados y por tanto deberían ser los principales sujetos revolucionarios…
Esto no tiene otra explicación plausible que no sea desde la óptica del fracaso histórico de la llamada democracia participativa en general y de la socialdemocracia y su pseudo-sociedad del bienestar en particular. Desde ese punto de vista, ya vivimos en una sociedad prefascista en la que los Parlamentos han quedado reducidos a esperpénticos teatrillos en los que escenificar una ficción democrática con la que tener entretenido al personal, mientras el poder real toma sus decisiones en ámbitos muy alejados de los parlamentarios.
Por otra parte, parece lógico suponer que el fascismo, dentro de un acervo común, presenta distintas características y matices en los diferentes países en función de su Historia y las respectivas situaciones socioeconómicas y políticas. En el caso del Estado español, no podemos ignorar la huella de 40 años de franquismo, que no fue un fascismo canónico sino un conglomerado de intereses al que el hábito del fascismo le convino en un momento dado. Sin olvidar el papel determinante de la Iglesia Católica, tanto en el levantamiento militar del 36 como en la posterior dictadura, en cuanto a proporcionar coartada moral y cobertura total a sus desmanes y asesinatos.
Por lo que se refiere a lo que queda de Falange Española, su camisa nueva ha envejecido mal y sólo falta que consigamos arrancar de los muros residuales de algunas iglesias las cruces con la infamante y patética consigna de ¡José Antonio Presente! para que su imagen y su recuerdo se pierdan definitivamente en el sumidero de la Historia.
El señor,Serrano Suñer,no era falangista,de primera hora,por que fue diputado de la C.E.D.A.