La Veranda de Rafa Rius
Como un mal cómico contando un chiste viejo que todos conocen y que no tiene ninguna gracia, porque además no es un chiste sino la dura realidad. Cada vez que alguno de los cuatro macabros payasos del apocalipsis -Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias- o alguno de sus monaguillos escuderos, aparece en el escenario, una sensación de cansancio infinito, de síndrome del día de la marmota, de déjà vu recurrente y estúpido, se apodera del paisaje y el paisanaje. (- Ya están otra vez esos tíos ahí. Qué pesaos, siempre con lo mismo.)
Su discurso, por llamarlo de alguna manera, es tan banal como previsible e intercambiable. Antes de que abran la bocaza ya podemos saber de sobra lo que van a decir porque jamás se apartan ni un ápice de lo políticamente correcto establecido por las cabezas supuestamente pensantes de su partido. Tras leerse la hoja de ruta diaria que les han escrito con las instrucciones correspondientes, se limitan a repetirla con cansina monotonía en cualquier lugar o situación. La más pequeña salida de tono, la mínima morcilla introducida en el guión es celebrada como un acontecimiento histórico y analizada hasta la extenuación y el ridículo en todo tipo de foros y tertulias.
Eso sí, adaptan su monólogo a lo que convenga en cada momento. Renuncian a sus más irrenunciables posicionamientos en función de los intereses de cada instante y no les importa en absoluto caer en incoherencias y contradicciones. No les asusta el que las hemerotecas los puedan dejar en evidencia cuando el dondedijedigodigoDiego es la norma habitual y saben que no sólo no pasa nada sino, bien al contrario, las más flagrantes incongruencias y corruptelas parecen tener una benéfica influencia en los resultados electorales.
Por otra parte, frente a un panorama tan desolador, los periodistas lacayos mendigan titulares como quien pide limosna a la puerta del Congreso (pofavó, señor ministro, ande, sea bueno, deme un titular y le digo la buenaventura…) y, como se trata de estar en “los medios” aunque uno no tenga nada que decir, las entrevistas resultan ejemplos impagables del peor teatro del absurdo.
– ¿Por favor, me puede indicar dónde está la calle del Pez?
– Si, claro, las once menos cuarto.
Frente a cualquier pregunta mínimamente comprometida o que simplemente se salga del guión, son expertos en contestar cualquier topicazo, a condición de que no tenga ni la más remota relación con aquello por lo que el político en cuestión haya sido preguntado. En un contexto tal que así, las palabras y frases comodín, hueras de cualquier contenido, devienen imprescindibles. Cual si de una conversación de ascensor se tratara, la función fática del lenguaje se impone. Consistiría en mantener el contacto pero sin decir nada que pueda comprometer.
Para acabar de poner en evidencia el patetismo de la situación, cada día se hace más patente que lo que digan o decidan los políticos españoles importa menos que nada. Lo que en definitiva resulta determinante es lo que diga el comisario europeo, señor Moscovici y el resto de correveidiles del poder financiero -valga el pleonasmo.
Y si tienen alguna duda al respecto, que vayan a Grecia y le pregunten al compañero Txipras o su excolega Varoufakis y les explicarán quién manda.
Así que, parafraseando a Bertolt Brecht podríamos decir: “Estoy sentado al borde de la carretera, / el conductor cambia la rueda del Gobierno. / No me gusta el lugar de donde vengo. / No me gusta el lugar adonde voy. / ¿Por qué miro el cambio de Gobierno con impaciencia?”.
