Desde la franja de Mieres. Abel Ortiz.
Decía Ortega, y lo confirmaba Gasset, (variación 843 del mismo amago de chiste introductorio) que en España no podría establecerse una democracia como la de Suecia por falta de suecos. El filósofo era un cachondo; cuando decía eso, los cejijuntos cincuenta, era mucho más fácil encontrar suecos que demócratas. Haberlos los había pero tenían encima un metro de tierra. Lo demócratas, no los suecos.
La unidad de los demócratas es uno de los estribillos más machacados por orquestas y disco-móviles en los últimos veinte veranos con una insistencia sólo comparable a clásicos transversales como «No tenemos sueños baratos», a tanto el sueño, o el inolvidable «oé, oé, oé» fácil de pinchar en cogorzas, semifinales de la copa de su Sacra y católica Real Majestad o excursiones de instituto.
La unidad de los demócratas en boca del presidente del gobierno, consejero delegado de «emmanents ibérica», tiene resonancias gilianas. De Gila, de Jesús Gil y de Jaime Gil de Biedma por parte de prima de Rivera, el demócrata que se une a si mismo, el demócrata por antonomasia. Ya tenemos sueco.
Iban en un avión un gallego, un sueco, (en realidad un polaco disfrazado de norteamericano en la corte de su majestad, el Rey soberano, cosa de hombres, a quien los dioses, mayores y menores, tengan en su gloria, al tres por ciento) un francés y un alemán. Humor eurocéntrico. El gallego, no tan gallego como las mareas, en Galicia desde que existen los mares, ondas do mar do Vigo, dice que en España mucho españoles, mister.
España, españoles. Un discurso épico. Conciso y directo al grano. Ni un adorno, adusto, austero, el alfa y el omega de la españitud. Un largo viaje a través de los siglos, tampoco tantos, para condensar en un concepto bicolor el programa electoral que hará que vuelva a surgir la primavera en el corte Inglés, con diseños atrevidos y fáciles de llevar en tus cócteles o en tus noches locas dentro de un orden.
La unidad de los demócratas suecos o polacos, incluso los de la isla de Sancti Petri, tiene unas premisas difíciles de ignorar. Tiene que haber demócratas. Los vendedores de sellos no son homologables. Un demócrata no se distingue por decir que hay que cumplir la ley. Eso lo dicen todos los gobiernos, en cualquier tipo de régimen, desde el neolítico. Aunque el tiempo vuele que es una barbaridad el presidente se ve atascado en una conferencia de prensa, o eso, con una respuesta que pudo dar Amenofis tres palitos.
La ley hay que cumplirla, una silla es una silla. Con este pan, pan, vino, vino, lo único que se puede hacer son coplas. Y malas.
Resulta que como la ley hay que cumplirla se detiene a personas acusadas de anarquistas. No de otra cosa por mucho que estiren la post-producción y se desvivan por tirar al tapete la palabra marcada y cantar cuarenta.
En la Barcelona municipalista los movimientos sociales ocupan espacios físicos y mentales. Puede que conozcan su historia, quienes son y de dónde vienen. Puede, no es descartable, que diferencien a un demócrata de un ministro del opus.
En primero de democracia con el babi puesto, enseñan los maestros (hubo que reponerlos porque durante una época innombrable se los tragaba la tierra) el respeto a las minorías como condición sin contra en la baraja. La democracia no consiste, a poco que uno se fije, en que los más se impongan a los menos. Es precisamente lo contrario. Democracia es que los menos no tengan nada que temer de los más.
Una mayoría, católica o suní, puede perseguir a una minoría evangelista o demócrata cristiana. Pueden tener los votos y la ley. Pero si se llaman demócratas es que sufren eso que Ferlosio llamaba daltonismo falangista.
Detener anarquistas, llenar la ciudad de policías, cargar la constitución con balas de plata, tensar, buscar el cuerpo a cuerpo, otro Scala, parece el plan de los demócratas que se unen a si mismos.
Los demócratas ya están unidos. Son las generaciones a las que no intimida un gironazo, ni un envido treinta. Son demócratas porque nacieron en una democracia formal, una caja vacía comprada a medida según la moda de la época, que ellos llenaron de contenido y les tira de la sisa y de más sitios.
Si el gran Fraga viviera, o el increíble Rouco quisiera, ahora que tiene tiempo, podrían, juntitos los dos, acudir a la fiesta de la unidad de los demócratas propuesta por el presidente con mil gaiteros, fuegos artificiales de orange market y una cuerda de presos anarquistas. Los directores de los periódicos azules y las familias del régimen aplaudirían. Nadie podrá probar que no son demócratas. Y si eso ya tal.
Abel, felicidades por la forma como acabas los artículos!. Y cuídate esa tos.