¿Por qué mucha gente se va a la playa en jornada electoral? ¿Por qué te llamo tonto y me votas?
La Veranda de Rafa Rius
Singulares preguntas de difícil respuesta. Lo habitual entre los sufridos y esforzados votantes es tratar a los “playeros” con displicencia cuando no con desprecio. Aquellos que han permanecido un buen rato en la cola para gozar de la inmensa satisfacción de introducir un papelito (sorry: papeleta) por la rajita de la urna, no pueden comprender que otras personas, de manera voluntaria, renuncien a tan inefable placer. Como mucho, entienden a medias la postura de esos pesaos que se autocalifican de abstencionistas activos, total son una minoría que además se repite como el ajo y no parece que aumente gran cosa a pesar de su insistencia cansina. No parecen peligrosos. Los que provocan su desconcierto son los playeros. Lo habitual es descalificarlos y situarlos en el baúl de los pasotas: “Pobrecitos, como no se enteran, pasan de todo, qué le vamos a hacer”. Pero eso es una salida demasiado fácil, es inaceptable, porque la pregunta del millón sigue intacta: ¿Por qué demonios tanta gente sigue prefiriendo el ocio a la urna? o mejor aún: ¿Por qué tanta gente prefiere la urna al ocio?
En otro orden de cosas (o quizás en el mismo) en Xàtiva, el Sr. Alfonso Rus insulta a sus conciudadanos llamándoles tontos por votarle y acto seguido sale elegido por amplia mayoría. En Valencia la Sra. Rita Barberá destroza -literalmente- el barrio del Cabanyal y gana cómodamente las elecciones en ese mismo barrio. Y estos son sólo dos ejemplos entre cientos. Ante la perplejidad y la impotencia que generan situaciones así, quizás sería bueno preguntarse no sólo las razones por las que la gente prefiere la playa sino también y sobre todo, por qué la gente se queda y espera pacientemente en la cola electoral para votar en contra de sus intereses. Si la situación social se parece en algo a la que nos cuentan las estadísticas, es obvio que, dado que no hay tantos millones de empresarios y especuladores, una notable proporción de votantes se encuentra entre las personas desempleadas, precarizadas y empobrecidas, en muchos casos entre los visitantes habituales de bancos de alimentos y comedores sociales, que incomprensiblemente y a juzgar por los resultados, votan con fervor a los mismos que los han colocado en tan lamentable situación.
¿Masoquismo social? ¿Dadaísmo colectivo?, en cualquier caso, sería bueno no tratar con desdén apresurado, tanto a quienes votan en contra de su propia conveniencia como a aquellos que prefieren el solaz del campo o la playa. Un estudio pormenorizado y en profundidad de ambas actitudes, posiblemente nos desvelaría bastantes de las claves que explicarían el despropósito alucinado que nos toca vivir cada vez que se nos viene encima una nueva cita electoral.