El dedo en el ojo. Félix García Moriyón
Este artículo fue publicado en noviembre de 2011 en Red Libertaria. Creo que merece la pena volver a publicarlo, sobre todo para recordar a algunos que lo que le ha ocurrido a Rodrigo Rato estos días se veía venir desde hace tiempo. Rizando el rizo, lo sorprendente es que algunos se declaren sorprendidos.
Hace ya algún tiempo leía una interesante y larga reflexión de Luis María Linde de Castro sobre varios libros publicados en torno a la mafia siciliana. El sugerente título era «Mafia como política, política como mafia», publicado en la Revista de Libros (nº 120, Diciembre 2006); aconsejo encarecidamente su lectura, aunque sea algo extenso. Una de las preocupantes tesis que exponía es la trabazón entre la política y la mafia, hablando de una política mafiosa, incluso de una «mafiosidad democrática». Algunas de las noticias que vamos conociendo a lo largo de esta ya larga crisis económica son prueba evidente de que la política democrática está profundamente contagiada por procedimientos mafiosos, en los que destaca el uso de presiones y diferentes formas de extorsión para proteger los intereses de los amigos o los clientes.
Ya en 2009, Samuel Johnson. un prominente economista recién salido del FMI denunciaba, en un libro con título 13 Bankers, con cierto detalle cómo 13 banqueros de Wall Street habían impuestos sus criterios al gobierno de Obama; y en las mismas fechas hablaba de un golpe de Estado silencioso (The Quiet Coup), una idea que vuelve a recoger Jürgen Habermas en un reciente ensayo sobre la constitución europea (Zur Verfassung Europas) quien hace referencia a un progresivo desmantelamiento de la democracia en Europa, llevado a cabo por políticos que sobre todo temen perder sus cuotas de poder y establecen una estrecha colaboración con quienes gestionan las instituciones financieras. Se debe recordar también lo que narraba el espléndido documental Inside Job. o lo que cuenta Naomi Klein en La doctrina del Shock: el auge del capitalismo del desastre, una historia de lo que está pasando desde 1973, la anterior crisis, narración muy próxima a lo que explicaba José Ángel Moreno en el número anterior de esta revista. Podemos indagar en el mismo sentido quiénes forman parte de instituciones como 21st Century Council of the Nicolas Berggruen Institute o la Tiralateral, para completar una visión algo más profunda del panorama político actual.
Estamos en presencia de una grave situación en la que una oligarquía, plutocracia financiera lo llaman otros, bloque hegemónico si preferimos la terminología de Gramsci, se está haciendo realmente dueña de la situación, ante la mirada indignada y atónita de la ciudadanía, cada vez más cerca de la parálisis causada por un estupefacción o estado de miedo, tal y como denuncia Klein, o sin ir tan lejos José Luis Cebrián en su reciente libro La economía de miedo. Creo que todos estamos más o menos al cabo de la calle y más o menos conocemos el marco global, pero en este artículo pretendo ir algo más allá, o más acá, de los datos abstractos, poniendo nombre y apellidos de aquellos que bordean los procedimientos mafiosos e incurren en prácticas que muestra una clara tendencia a beneficiar a la «familia», convirtiendo la política y la empresa privada en la «cosa nostra», en la que el interés del grupo prima sobre cualquier otra consideración y en la que el ansia de poder y la codicia no tienen límites. Son datos que nos muestran cómo se están tejiendo esas espesas y viscosas redes gracias a las cuales, determinadas personas van pasando de un ámbito a otro, sin perder nunca sus posiciones de privilegio y sin abandonar la fidelidad absoluta al grupo de pertenencia, a la «familia». Queda claro que lo perverso es el sistema, no tanto las personas que están dentro de él. Pero debe quedar también claro que el sistema funciona porque son demasiadas las personas que no tienen escrúpulos y aceptan participar activamente en él, sin duda para lucrarse personalmente.
Empecemos por un caso paradigmático, un perfecto modelo de alguno de los profundos males que nos agobian. Se trata de Rodrigo Rato Figaredo. Su biografía es modélica. Procede de una familia metida en política y en negocios desde siempre. Su abuelo fue alcalde de Madrid en 1890 y ministro de Fomento con Antonio Maura en 1903. Su padre apoyó el franquismo desde el principio y pudo incrementar su fortuna, creando entre otras cosas la importante cadena Rato, hasta que fue condenado, junto con un hermano de Rodrigo Rato, a tres y dos años de cárcel por evadir dinero a Suiza. Rodrigo, su mujer y sus hermanos siempre han estado metidos en diferentes negocios, procurando, como es lógico obtener pingües beneficios, pues ese es el objetivo principal de los negocios. Fue muy importante la venta de la cadena Rato a la ONCE, un gran negocio para la familia, aunque en este caso hubo fuertes disputas intrafamiliares.
Alternó durante mucho tiempo la política con los negocios, empezando en Alianza Popular, aunque según ascendía en el PP procuró difuminar la presencia empresarial directa y empezó a dirigir negocios más bien a través de intermediarios. Como ministro de economía de 1996 a 2004, protagonizó la mayor venta de empresas públicas en la historia de España: Argentaria, Tabacalera, Telefónica, Endesa, Repsol, etc., pasaron a manos privadas; curiosamente, muy buenos amigos o conocidos, todos de entera confianza para la familia, , se hicieron con los puestos claves de esas empresas. Avaló un crecimiento económico basado en el ladrillo, y promovió la ley del suelo de 1998 que, según algunos aunque no hay consenso al respecto, fue decisiva para que arraigara la economía del ladrillo y de las sospechosas recalificaciones de suelo en numerosos ayuntamientos. Dese luego fue una ley nociva desde el punto de vista ecológico.
De allí pasó a ser Director General del Fondo Monetario Internacional, defraudado por no haber sido propuesto por Aznar para la sucesión. Permaneció en el cargo más de tres años; la gestión durante ese período fue duramente criticada por un informe interno del FMI de Enero 2011 por su incapacidad para prever la crisis. Un mes después de dejar el FMI, pasó a formar parte de la división internacional del Banco de Lazard, un banco de inversiones franco-estadounidense con sede en Londres (capital de las financias mundiales gracias a la desregulación total impuesta por Margaret Thatcher), y a continuación se incorporó como Consejero Asesor Internacional del Banco Santander y consejero del consorcio Criteria de la Caixa. El salto económico definitivo lo dio en Diciembre de 2010, cuando pasó a ser presidente de Bankia, liderando la privatización (conversión en banco) de Caja Madrid. Obviamente una de las primeras medidas fue ponerse un suelo de unos 4 millones de euros anuales.
Difícil es en su caso saber dónde empieza la política y dónde empiezan los negocios, pues hay una profunda imbricación entre ellos y siempre parece que salen beneficiados los negocios propios y de las personas allegadas. Desde luego su capacidad para pasar de un ámbito al otro, sin cumplir los más mínimos criterios de distancia temporal o competencial entre un cargo público y otro privado, son asombrosos. En su caso, está claro que se cuidan los intereses de la familia y la cosa nostra. Si alguien quiere algunos datos más precisos, es relativamente sencillo encontrar información en Internet.
Su caso no es el único, pero es ejemplar. Podemos citar otro caso quizá menos mediático pero igualmente llamativo. José Luis Olivas llegó a ser presidente de la Generalitat Valenciana, consejero de Hacienda con Rita Barberá en el Ayuntamiento, luego con Zaplana en la Generalitat, de la que fue presidente durante un año. Tras un pacto con los líderes del PP, acepta abandonar la presidencia en 2003 y, no sin tener que exigir el cumplimiento del pacto, pasa a presidir Bancaja y también en su momento el Banco de Valencia, ejerciendo una dirección muy nociva, plegada completamente a intereses partidarios. También aquí lo importante es la familia y la cosa nostra. Para más detalles, es instructivo un artículo publicado por El País, en el suplemento Negocios del día 27/11/2011, con el título «Presidente en la ruina».
Termino con un último ejemplo también significativo. El Consejo de Ministros del pasado día 25, celebrado ya en tiempo de descuento con un gobierno de Zapatero con escasa legitimidad política, aunque con toda la legalidad de su parte, decide conceder un indulto parcial a Alfredo Sáenz, consejero delegado del Banco de Santander, el banquero mejor pagado de España, con un salario en 2010 de 9,127 millones de euros. Había sido condenado por un delito de acusación falsa contra varios empresarios catalanes, en el marco de las luchas por el poder económico en Banesto; en aquel caso, sus presiones lograron que un juez, Luis Pascual Estevill, prevaricara fallando por enviar a la cárcel a los tres empresarios. El Tribunal Supremo había desaconsejado el indulto de Sáenz, pero el gobierno lo ha concedido, noticia recibida con gran satisfacción por el Banco de Santander. Desde luego, este banco condonado una deuda de varios millones al PSOE. Posiblemente se trata de un caso más de favores mutuos entre miembros de la familia para seguir ocupando posiciones de poder desde las que tienen muy buen cuidado de los asuntos propios y los de la cosa nostra. Para que no quede ninguna duda, una resolución del BOE del pasado día 10 de diciembre, firmada por el Ministro de Justicia completaba el alcance de dicho indulto, al dejar claro que quedaban «sin efecto cualesquiera otras consecuencias jurídicas o efectos derivados de la sentencia, incluido cualquier impedimento para ejercer la actividad bancaria, a condición de que no vuelva a cometer delito doloso en el plazo de cuatro años desde la publicación del presente real decreto».
La situación no puede ser más preocupante. Las pruebas de este siniestro entramado de intereses bastardos se van acumulando y quizá lo más grave de todo ello es la falta absoluta de mala conciencia por parte de los interesados que consideran que la defensa de esos intereses privados con procedimientos casi mafiosos no plantea ningún problema moral. Así funcionan las cosas y así deben seguir funcionando. No en vano ellos son la élite que nos gobierna. Los ciudadanos no sólo debemos indignarnos. Debemos hacer más cosas para hacer frente a una degradación acelerada del clima moral que debe sustentar una democracia.