Pedro Maceiras
Carlos Taibo publica estos días un libro de urgencia. Se titula Estado de alarma. Socialismo de casino, izquierda anémica, sindicalismo claudicante (Catarata, Madrid, 2011). Como es fácil intuir, se interesa por algunos de los debates más vivos que se han registrado a lo largo del último año.
– ¿Qué has pretendido hacer en este libro?
Los últimos meses han sido muy ricos en acontecimientos, casi todos ellos desgraciados, entre nosotros. Estoy pensando en el lamentable plan de ajuste aprobado por el Gobierno español en mayo, en la huelga general que cobró cuerpo a finales de septiembre o, más recientemente, en la aceptación del pensionazo por los sindicatos mayoritarios. De resultas, y como es sabido, se han recortado obscenamente derechos sociales y laborales para salvar la cara a quienes, de forma inmoral, han colocado el sistema financiero al borde de la quiebra.
Creo que tenía sentido hacer un alto y examinar la trastienda de todo ese proceso con un propósito expreso: promover una consideración crítica sobre lo que ha ocurrido, con unos u otros perfiles, en el seno de la izquierda política y de los sindicatos mayoritarios, en la forma ante todo de lo que ha sido, en el mejor de los casos, una escueta defensa de los Estados del bienestar. A mi entender hay que abrir los ojos de mucha gente para hacer evidentes las carencias de un proyecto como ése.
– En varios tramos del libro te refieres a la existencia de dos diagnósticos diferentes de la crisis que habrían cobrado cuerpo en los sectores de nuestra sociedad que todavía hoy resisten.
Así es. El primero de esos diagnósticos es el que acabo de mencionar. Su demanda escueta es reconstruir los Estados del bienestar y, con ellos, la regulación que medio se desvaneció al calor de las medidas neoliberales. Éste es un proyecto fundamentalmente institucional, plasmado en un sindicalismo de pacto y en leyes que deberían aprobarse en las instancias correspondientes.
El segundo diagnóstico, que es el mío, muy consciente de los retos que se derivan de la crisis ecológica, reclama ir más allá de una mera defensa de los Estados del bienestar. Reivindica también la apertura, desde la base, de espacios de autonomía y autogestión, y recela de las presuntas virtudes del crecimiento y del consumo. Se materializa, en fin, en una acción en la base que, a falta de nada mejor, debe correr a cargo de los movimientos sociales críticos y del sindicalismo alternativo.
– ¿Por qué piensas que levanta ampollas esta distinción que acabas de hacer?
Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera. Creo firmemente, sin embargo, que muchos militantes de la izquierda política prefieren cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo en ésta. La izquierda política, obsesionada con las elecciones, parece firmemente decidida a atraer a viejos votantes del Partido Socialista descontentos con la deriva de éste. El resultado es un proyecto aberrantemente socialdemócrata, cortoplacista y orgullosamente ignorante de los imponderables que nacen de la crisis ecológica. Y a este respecto debo subrayar que ningún acuerdo de mínimos puede asentarse sobre bases tan mezquinas.
Me atrevo a agregar que ese proyecto que ahora critico parece tocado del ala, toda vez que su puntal fundamental –el apoyo que debían otorgarle los sindicatos mayoritarios– se ha desvanecido. Cada vez es más urgente, por lo demás, desmarcarse de estos últimos, pilares fundamentales del sistema que padecemos, y ello pese al discurso que emite la derecha ultramontana.
– Tu afirmación de que no es lo mismo ser antineoliberal que anticapitalista esquiva el hecho de que hay muchos antineoliberales que también son anticapitalistas.
Es verdad: no lo niego. Pero me interesa subrayar que hay otros que son escuetamente antineoliberales y que su opción al respecto en modo alguno es casual. Muchos socialdemócratas son antineoliberales pero no son, en modo alguno, anticapitalistas. De la misma forma que hay fuerzas políticas que declaran rechazar el capitalismo mientras promueven programas escuetamente socialdemócratas.
– En el libro incluyes doce preguntas relativas al proyecto del decrecimiento. ¿Tan importante te parece éste?
No me importa tanto la propuesta del decrecimiento, que me parece saludablemente provocadora y fundamentada, como la necesidad urgente de prestar una atención constante y decidida a la crisis ecológica. Es una idea que ronda permanentemente por este libro, y que se materializa en una tesis fuerte: la de que, no sin paradoja, la crisis ecológica es la que impulsa hoy las críticas más radicales del capitalismo, y la que obliga a considerar seriamente la conveniencia de salir de este último. No es casual que en esta obra haya decidido incluir varios textos de combate relativos a la discusión energética o al AVE.
– En Estado de alarma hay un bloque de trabajos que reivindican lo libertario. ¿Por qué?
Lo primero que debo señalar es que, a mi entender, para aceptar el argumento mayor del libro no es preciso en modo alguno ser libertario. Aun así, y siempre desde mi punto de vista, el núcleo principal en el que se asienta el segundo de los diagnósticos que antes mencioné es indiscutiblemente el libertario. Estoy pensando en personas que creen en la democracia directa y en la autogestión, que emplazan en primer plano la creación de espacios autónomos, que rechazan las formas de propiedad del capitalismo y que recelan de liberados y profesionales de la política. El adjetivo libertario me parece más gráfico, a la hora de describir todo esto, que el más ideológico de anarquista.
– Me ha parecido observar que a medida que los textos que incluyes en este libro son más cercanos en el tiempo, menor es tu presencia en los medios de comunicación del sistema.
Pues infelizmente, o felizmente, es así. Los periódicos para los que escribía, que sin duda tienen profesionales más capaces que yo, parecieron llegar tiempo atrás a la conclusión de que mis colaboraciones nada agregaban. Y el efecto principal es que apenas escribo en otro lugar que el que ofrecen un puñado de páginas web mal que bien vinculadas con la izquierda social y el sindicalismo alternativo. Ya llegarán tiempos mejores. O no.
Gracias, Carlos Taibo.
¡Salud!