La Veranda de Rafa Rius
Si entendemos gentrificación -anglicismo difícilmente traducible al castellano con una sola palabra- como el proceso de sustitución en un determinado entorno urbano degradado, de la población autóctona por otra de mayor poder adquisitivo, que tiene en cuenta tanto la favorable relación calidad-precio de las viviendas como la cercanía al centro de la ciudad o a determinados polos de atracción urbana, la ciudad de Valencia, dentro de las urbes de tamaño medio, podría suponer un buen ejemplo de este proceso que por sus hondas implicaciones económicas, sociológicas y políticas, va bastante más allá de un simple cambio de imagen ciudadana.
Estos cambios en las modas de asentamiento urbano, no exentos de oportunismo esnob, y las modificaciones en la estructura económica del capitalismo están propiciando transformaciones sustanciales en los hábitos de consumo de los llamados “trabajadores de cuello blanco” y están sustituyendo progresivamente el paradigma de confort burgués vigente desde finales de los años sesenta del pasado siglo y consistente en la posesión de un adosado o un chalet con pequeño jardín, barbacoa y piscina en alguna urbanización de la periferia rural urbana, por un piso antiguo de generosas dimensiones o mejor aún, un loft ubicado en una zona próxima a los centros neurálgicos de la ciudad, dentro de un perímetro susceptible de ser recorrido a pie o en bicicleta y en una situación que propicie todo tipo de intercambios relacionales.
En un contexto tal que así, la ciudad de Valencia, por sus características urbanas específicas: una orografía totalmente llana, una zona antigua (Ciutat Vella) muy extensa y poco vertebrada y unos barrios tradicionales (El Carme, Velluters, Russafa…) fuertemente gentrificados, serviría como arquetipo de este tipo de desarrollo urbano. Ajeno a estas zonas, el asentamiento poblacional mayoritario se extiende en el entorno de grandes avenidas de circunvalación concebidas para el tráfico de vehículos, espacios infradotados de servicios, feos y fuertemente deshumanizados.
Mención aparte merecería el barrio de Poblats Maritims (Grau, Canyamelar, Cabanyal, Malva-Rosa) que, debido a su proximidad a la zona de playas, había despertado la codicia de los especuladores auspiciada por la estupidez megalómana de las autoridades municipales y en los que, tras el pinchazo de la burbuja, coexisten solares y zonas fuertemente degradadas con viviendas hermosamente restauradas y ocupadas por abogados, profesores, médicos o arquitectos, así como por estudios de artistas plásticos. Entretanto, el Ayuntamiento sigue obsesionado con su proyecto de gran avenida hasta el mar, no sólo irresponsable y disparatado sino hoy por hoy, totalmente inviable.
Aunque el proceso de gentrificación es en buena medida caótico y de difícil demarcación, el problema aparece cuando tomamos en consideración que el correlato necesario de la gentrificación es la aparición de guetos, de grandes bolsas de marginación y precariedad en zonas excluidas de la ciudad, formadas por toda la población desplazada de su entorno habitual para dar acomodo a los nuevos “urbanitas conversos” y de paso “adecentar” estéticamente el entorno central urbano para el comercio y el turismo.
Pero, frente a un proceso de gentrificación, en gran medida irreversible, qué importa que miles de personas arrastren sus vidas en espacios infraurbanos inhabitables y desolados, al fin y al cabo, los pobres son irrelevantes como potenciales consumidores y encima la mayoría, ni siquiera vota.
Efectivamente poco o nada importa lo que estén sufriendo los pobres; de momento los pobres están todos bien controladitos y autocontraladitos más aún.
Qué importa, si total luego estos con su moralidad con tal de irse a confesar ya quedan arsueltos de esos pecadillos tales como esclavizar y explotar a currantes, desahuciar a morosos, robar a manos llenas los dineros públicos, saquear y malversar las instituciones públicas, enchufar a sus amigos, amantes, familiares, etc.; qué importa si con esa moralidad basta con una confesión religiosa y todo arreglado. Además, el que es pobre, está en la miseria, etc. no será porque no tuvo las mismas oportunidades que el más rico, pues esto es un estado social y democrático de derecho, ajajajaja. Claro, claro.