El Vaivén de Rafael Cid

A Mas y Zapatero es más lo que les une que lo que les separa. Uno es un líder amortizado del PSOE y el otro el mandamás en horas bajas de CiU, pero lo que les define por igual es su capacidad de decir digo donde dijeron Diego. Ambos, cada cual en su tiempo y manera, mintieron olímpicamente a los catalanes. Les prometieron el pleno ejercicio del “derecho a decidir” y luego se llamaron andana. En su etapa de presidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero proclamó que el Estatut que aprobara el Parlament iría a misa, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas, que el Decreto para el referéndum del 9-N era imparable. Los dos han terminado haciendo una peineta a la ciudadanía.

La doblez debe ser el mal que corroe al bipartidismo, aparte de su corrupción rampante. Porque al final no hay muchas diferencias entre lo que se practica a nivel del Estado, con un PP y un PSOE jugando al poli bueno y al poli malo, y lo que se lleva en algunas comunidades autónomas como Catalunya. Allí las aguas bajan tan turbias como en el kilómetro cero. Tiene su lógica. Por algo Convergencia i Unió ha sido, en el ranking de partidos nacionalistas, la formación que más ha apoyado al tándem dinástico hegemónico. Daba igual que en Moncloa estuviera el PSOE o el PP, CiU siempre estaba dispuesta a sostener el statu quo.

Por eso no es raro las coincidencias que existen entre la presente crisis, debida a la renuncia de Mas a mantener la convocatoria oficial de la consulta independentista, y la que protagonizó en su día el PSC como cabeza visible de tripartit. Es un dejà vu. El Pacto del Tinell fue el obrador donde se coció el gobierno a tres entre PSC, ERC y ICV-EUiA, con Pascual Maragall al frente desde 2003 a 2006. Un proyecto de izquierda nacionalista que pivotaba sobre un nuevo Estatut “más autonomista”.

Esas previsiones, abonadas con su aprobación por el Parlament el 30 de septiembre de 2005 con los únicos votos en contra del PP, se malograron cuando Zapatero rectificó a peor el texto a su paso por las Cortes al cargarse el término “nación” del preámbulo, entre otras modificaciones. Una mutilación que, por un lado, llevó a Alfonso Guerra a jactarse de haber “cepillado el Estatut” y, por otro, provocó la salida de Esquerra republicana del tripartit, junto con la decisión de pedir el “no” en el referéndum. Previamente, en un indicio de guerra sucia que recuerda a la oportuna divulgación de la fortuna oculta de la familia Pujol, la prensa del régimen había colocado al entonces vicepresidente Carod-Rovira en la diana de la opinión pública al proclamar su encuentro secreto con el independentista vasco Arnaldo Otegui en Perpignan.

Después vendría la dimisión del burlado Pascual Maragall en 2006 y su sustitución por el centralista José Montilla, y cuatro años más tarde, el 27 de junio de 2010, el hachazo del Tribunal Constitucional declarando ilegales 14 artículos del ya afeitado Estatut. Lo que hizo que solo pasados unos días, el 10 de julio, tuviera lugar en Barcelona la primera gran manifestación de afirmación soberanista bajo el lema “Som una nació, nosaltres decidim”. En ese clima de renuncias, chantajes y amenazas, el 28 de noviembre CiU ganaba las elecciones y el PSC se hundía a causa de su suicida política sucursalista.

Esta crónica, aunque sabida, permite poner en valor el contencioso catalán. Cambian los protagonistas del escalafón, pero el guion permanece. Promesas públicas de ampliación de autonomía para trepar al poder (en el PSC de Maragall y en CiU de Mas); criminalización de los políticos de referencia (Carod-Rovira y Pujol); censura del TC (en el caso del Estatut y del Decreto sobre el 9-N) y, finalmente, retirada del proyecto por sus promotores gubernamentales (ayer Maragall-Montilla, hoy Mas-Duran). Eso sí, con serias consecuencias para quienes han asumido la manipulación: la ruptura del PSC y de CiU.

Hoy es un hecho que la omertá del “atado y bien atado” de la transición ya no sale gratis. Pasa factura y no existe “fuego amigo” que lo solape. El descrédito popular cosechado por las formaciones del régimen diezma su horizonte electoral. La iniciativa de la dinámica política está pasando de los despachos de la partidocracia al activismo crítico y autogestionario de la calle. No se puede poner impunemente fronteras a la democracia. Los chanchullos del PSC-PSOE para arruinar el Estatut y el trilerismo de CiU para burlar el referéndum del 9-N, lejos de representar una demostración de fuerza, son una muestra de extrema debilidad e incompetencia.

(Por cierto, casi al mismo tiempo que la Generalitat anulaba el referéndum en favor del derecho a decidir, tenía lugar en Barcelona la tradicional entrega de los Premios Planeta a cargo del editor José Manuel Lara, el empresario que lidera el frente anti 9-N. En esta última ocasión los ganadores fueron dos periodistas, Jorge Zepeda Patersson y Pilar Eyre. Zepeda escribe en El País desde la entrada de importantes financieros mexicanos en el diario, y Eyre es “experta en Casa Real”, según el rotativo El Mundo donde colabora. Entre las numerosas y prolijas crónicas dedicadas al evento, destacando la presencia en el festejo de Artur Mas y otros dirigentes políticos, no consta que los presentes denunciaran el boicot que el presidente del Grupo Planeta está ejerciendo sobre la obra El cura y los mandarines del también periodista Gregorio Morán).