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Opinió

El negro que tenía el alma blanca

La Veranda de Rafa Rius

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Los últimos conflictos raciales de este verano, con la muerte de jóvenes afroamericanos desarmados a manos de policías blancos, no sólo en la Norteamérica profunda y tradicional del Medio Oeste (Ferguson, Misuri) sino en la norteña y multirracial Nueva York y las consiguientes protestas generadas por ellos, han puesto de manifiesto que, pese a la presencia de Obama en la Casa Blanca, pocas cosas han cambiado desde que hace 50 años el presidente Johnson acabara por ley con la segregación racial.

Aunque en una sociedad sana, el color de la piel debería ser tan irrelevante como el número de calzado, este último medio siglo ha demostrado hasta la saciedad que como en tantas ocasiones, la Ley va por un lado y la realidad social por otro muy distinto. Todos estos años han estado marcados por periódicos y graves enfrentamientos raciales, por lo general iniciados por alguna sangrienta actuación policial y localizados en barrios marginales con graves carencias de todo tipo. Teniendo en cuenta que los conflictos tienen una clara componente económica –los actores de Hollywood o los ases del deporte, no parecen sufrir ninguna discriminación aunque su piel sea más negra que el betún- habrá que ampliar el foco y concluir que estos enfrentamientos, aún con sus características específicas, forman parte de la guerra social que de forma larvada o explícita, recorre los EEUU.

Con una población afroamericana, latina y asiática, que ya supone un tercio del censo y en clara progresión demográfica, sometida a fuertes desigualdades de renta respecto a la población blanca, inmersa en altos índices de pobreza y desempleo y con diferencias abismales en porcentajes de personas encarceladas, no son de extrañar los recurrentes estallidos de violencia y no habría que descartar que vayan progresivamente en aumento. El supuesto país del American way of life, de los self made men, y de los vendedores de periódicos que acaban siendo dueños de grandes cadenas de comunicación, los WASP y el Tea Party están cada vez más dejando al aire sus vergüenzas y sus mentiras.

Y para todos aquellos ingenuos que pensaron que con la llegada de un afroamericano a la presidencia las cosas iban a cambiar de manera significativa, aparte de la estupidez inherente a cualquier forma de racismo, aunque sea a la inversa, ha quedado patente que en el fondo de la cuestión, el color de la piel es algo irrelevante y que las verdaderas líneas de poder circulan por otros derroteros.

Guantánamo permanece abierto, las desigualdades sociales se agudizan, Wall Street sigue controlando la economía y haciendo lo que le viene en gana, en política exterior no se soluciona nada salvo seguir apoyando las agresiones sionistas, el lobby militar campa a sus anchas y vuelve a intervenir en Irak y Siria… Y ahora le faltaban los conflictos raciales…

Lo dicho: Obama, El Negro que tenía el Alma Blanca, no es más que un fiel servidor de sus amos con el color de piel un poco subido de tono, lo cual le viene muy bien a quienes manejan sus hilos para dárselas de progresistas. Y es que, como decía nuestro inefable expresidente González, “no importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”; sobre todo si después de cazarlos va a ofrendarlos a los pies de sus dueños.

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