El Vaivén de Rafael Cid
La “sorpresa” con que políticos profesionales, medios de comunicación (gubernamentales y privados) y agentes institucionales han acogido los buenos resultados en las urnas del nuevo partido Podemos invita a reflexionar sobre si la formación liderada por Pablo Iglesias supone realmente un “acontecimiento”. O sea, si ese relativo pero indiscutible éxito en las pasadas elecciones europeas del 25 de mayo cabe apuntarlo al haber exclusivo y excluyente de un grupo de personas que con su saber hacer han roto inopinadamente la coraza bípeda que blinda el sistema vigente en España. Porque de ser así, estaríamos ante un fenómeno de auténtica creatividad política y deberíamos otorgar al elenco protagonista el calificativo de la excelencia. En suma, reconocerles francamente en el mensaje, como proclama el poema de Gabriel Celaya España en marcha, que “anuncian algo nuevo”.
Decía Hannah Arendt en su obra Crisis de la República que “los acontecimientos, por definición, son hechos que interrumpen el proceso rutinario y los procedimientos rutinarios”, añadiendo a continuación: “solo en un mundo en el que nada de importancia sucediera podrían llegar a ser ciertas las previsiones de los futurólogos”. Una afirmación donde la autora de La condición humana y Los orígenes del totalitarismo explicita la política transformadora como una ruptura del statu quo, reivindicando ese ámbito de acción social en el que se despliega el “factor humano” como autogestión de la realidad contingente.
También Pierre- Joseph Proudhon, tan agudo como invisible para los académicos del Gaudemus, lo glosó: “la fecundidad de lo inesperado excede con mucho a la prudencia del estadista”. Solo que en su caso, el considerado “padre del anarquismo” avanzaba que el “acontecimiento”, lo que devuelve la política cooptada desde arriba a su base social de partida, para ser verdaderamente movilizador debería implicar un sorpasso respecto al artefacto Estado. El poliédrico Max Stirner lo expresaba desde otro ángulo al suscribir que “un hombre entero no necesita ser una autoridad”.
Y aquí precisamente es donde la irrupción de Podemos se proyecta con toda su polisemia pero al mismo tiempo con su deliberada ambigüedad. ¿Estamos ante un acontecimiento o frente a una reedición del consabido cambiar algo para que todo siga igual, solo que sepultando la veija versión analógica de la política en favor de su postmoderno registro digital? ¿Es real la realidad que proyecta mediática y electoralmente la vibrante escudería de Podemos? ¿Podemos es el banderín de enganche de un ciclo emergente en el que por primera vez la revolución será televisada? Sí y no y todo lo contrario.
Haciendo de la necesidad virtud, Podemos ha triunfado en el ámbito preciso al que pretende abatir. Y lo ha hecho con sus mismas armas de seducción masiva. El medio ha sido su mensaje y su padrino. Tanto que nada más cerrarse las urnas Pablo Iglesias vuelve a estar presente en la pequeña pantalla para mantener vivo un discurso que ya hasta nuevas citas electorales (crecer y multiplicarse) solo podrá reivindicarse administrando esa dependencia catódica. Antes o después, la función crea el órgano. La televisión es el medio con que Iglesias salva el problema de la comunicación a escala, pero al mismo tiempo le mediatiza. Ese cordón umbilical que ahora le engrandece puede estrangularle o convertirle en exponente de esa otra ristra de favoritos de los mass media que banaliza los acontecimientos.
De la misma manera, utilizar el sistema “por imperativo legal” para deslegitimarlo, tiene sus consecuencias. Aceptar, aunque sea en simulacro, las reglas del juego supone suscribir un contrato a dos bandas, con los de abajo, vulgo electores, y con el imaginario imperante. Los eurodiputados de Podemos acaban de anunciar que solo cobraran de Bruselas (de todos nosotros) el equivalente a tres veces el salario mínimo, lo que les honra. Pero a lo que no podrán renunciar mientras dure su mandato es a su condición de “aforados”, privilegio inherente al cargo que abisma la relación entre representantes y representados, el ADN que distingue a las castas del sistema. Pacta sunt servanda. Con riesgo de incurrir en un presentismo involuntario, recordaré que la socialdemocracia que hoy constituye uno de las bastiones del neoliberalismo económico nació históricamente como un sincero afán del ruptura capitalizando las posibilidades que el sufragio universal ofrecía para el movimiento obrero.
Otra cosa es que su meritoria entronización haya sido debida en buena medida al importado carisma de la movilización social que ha precedido a Podemos y a sus muñidores, circunstancia que puesta en la lanzadera del prime time televisivo ha obrado el milagro de que la gente corriente les haya percibido como herederos del espíritu del 15-M. De tal forma que su impronta bebe en fuentes espurias: hace de la opinión pública una doma de la opinión publicada (televisada) y, como el capitalismo referenciado por Schumpeter, se presenta como un heraldo de la “destrucción creadora”. Ese es el reto de su sincretismo. Saber si abrazan un orgulloso porvenir aquí y ahora, aquel mandar obedeciendo del primer zapatismo, o forman parte de eterno por-venir con que el caróntico statu quo disfraza su estructura de dominación urbi et orbi.
Acumular fuerzas para impulsar cambios tan radicales como sostenibles, sin dilaciones ni marcha atrás, fue lo que incubó el 15-M, cuyo espíritu ha dinamizado el activismo ciudadano, los movimientos sociales, las plataformas, las mareas y cuantas disidencias han surgido a su rebufo. Pero el debate está en esas dos almas que conviven en el movimiento, en opinión de mi admirado Carlos Taibo. En la relación entre medios y fines. La experiencia nos dice que más allá de los banales réditos del cortoplacismo, olvidar que la genuina democracia es un ecosistema, con su peculiar cadena trófica, donde los medios prefiguran fines y fines formatean medios, es optar por más de lo mismo pero con botafumeiro. Acabar con el bloqueo del bipartidismo está bien, pero nunca para que lo herede un multipartidismo aún más caníbal, aunque sea por “uno de los nuestros”. Eso es no tener alma.