Abel Ortiz
Dicen en Bolonia que somos tirando a torpes. Si lo sabrán ellos, listísimos. Por eso cobramos poco o nada. Como no servimos ni para hablar inglés, ni de jóvenes ni de viejos, se justifica la miseria; es culpa nuestra.
No nacemos a la vida, qué ingenuidad. Nacemos al mercado de trabajo o a su periferia, la marginación, la huida. Las madres paren inútiles que no saben programar el aire acondicionado. Parásitos, dice la presidenta del círculo empresarial.
Parias de las viejas canciones. Parias sin un abuelo que ganara una batalla. Seres de poco valor, minusválidos, sub-humanos, aislables, exterminables.
Los tontos a pan y agua, si tienen suerte. Lo dice el tribunal supremo de los listos, el mismo que elabora las pruebas a la boloñesa para dividir el cargamento humano. Los explotables al taller, a la cantera. Los parásitos a la ducha.
Dicen ahora que Putin es el nuevo Hitler. Nuestro Hitler, les falta decir. Occidente lo aupó al poder tras una resaca de Yeltsin, otro amigo. Nuestro hombre en el Kremlin gestionaría el retorno de las mafias, los negocios con las multinacionales, el saqueo del estado soviético. El tipo que instalaría en la enorme Rusia el libre mercado, la democracia parlamentaria; el capitalismo.
La rusificación del capitalismo, su efecto indeseado, crea molestias a la reserva federal, a la OTAN, a Wall Street, a Bruselas, al FMI. Los mormones de los “five eyes” piden más. Quieren más tarta. Por eso rodean el edificio del sindicato, lo queman, y asesinan a cuarenta personas a la vista de todo el planeta. El culpable es Putin y el imperialismo ruso. Ah, y Stalin. Claro, claro. Lo normal. Lógica de Bolonia.
Las chicas de la LOGSE son lo que podemos oponer a los tanques financieros que nos aplastan, al ataque liberal-cuartelero. Nunca, se dice pronto, nunca, habíamos visto por estos pagos una generación de mujeres nacidas y crecidas en algo parecido a la civilización. Esa es la cosecha. Millones de mujeres con aspiraciones y posibilidades de libertades reales. Rodeadas por el séptimo de caballería.
Por eso Bolonia y Kiev. La blanquitud no permite igualdades. La lucha de las mujeres es kriptonita para el sistema. Aquí, en Sebastopol, en Teherán, en Chicago o en Pekín. Las universidades públicas se llenaban, antes de la estafa, ahora son más selectivas, de mujeres que no se conforman con ser carne de mercado, que no quieren trabajar para Roig por un sueldo chino. De ahí las bombas del Bundesbank, los gases de las agencias de rating, la vuelta de las camisas pardas. Los niños blancos tienen miedo de las niñas multicolores. Achtung.