La Veranda de Rafa Rius
Con los crímenes de los últimos días, ya andamos por el medio centenar de asesinatos de mujeres en lo que va de año. Una tragedia que se repite con regularidad inexorable en medio de la indiferencia casi general.
La maté porque era mía. La maldita frasecita, compendio de todos los registros de la estupidez humana, nos trae ecos de oprobio desde las más profundas simas del fascismo cotidiano.
Uno de los episodios más sórdidos de la dominación del hombre sobre el hombre es la dominación del hombre sobre la mujer. El concepto de propiedad privada llevado hasta sus últimos extremos: hasta el ámbito de lo afectivo. Y lo que es más grave: esa monstruosidad, no se produce sólo en el círculo de los poseedores, acostumbrados a detentar el control absoluto sobre todo cuanto les rodea y enfermos de megalomanía; allá se las compongan mientras les llega su sanmartín. No, lo preocupante es que esa borrachera de agresividad descargada sobre el más débil -en este caso la mujer y el niño- ha sido interiorizada como propia por amplios sectores de desposeídos. Pringaos sin horizonte que han mimetizado los valores de los explotadores y, como no tienen otra forma de acceder a la propiedad, se creen al menos dueños de la parienta y los hijos.
“-Que en el tajo, seré continuamente humillado, incapaz de rebelarme, pero al llegar a casa ¡Ah!, ahí si que mando yo. Y como se pasen un pelo, ¡se van a enterar!”, y como siempre se `pasan… Pues eso: Ignorancia, impotencia, cobardía, desesperación y alcohol forman un cóctel que explota donde no debe.
El Gobierno de turno, obviamente no va a hacer nada: entre las muchas miserias que nos impone, se encuentran la sexual y la afectiva. Lanzará costosas campañas con trípticos de colorines, abrirá centros de acogida para mujeres maltratadas – que es como vaciar el mar a cucharadas-, para luego dárselas de feminista en su programa electoral y poco más. Como siempre, si nosotros no arbitramos medidas concretas de solidaridad para con las mujeres y los niños que sufren estas situaciones y hacemos un esfuerzo por que los más jóvenes entiendan que sólo se puede afrontar la convivencia desde un respeto a la igualdad en la diferencia, los basureros mediáticos, seguirán teniendo morbo para rato.
Mujeres degolladas junto a sus hijos a la puerta de sus casas, mujeres vendidas como trofeo de guerra y violadas, mujeres lapidadas por ejercer su libertad, mujeres/niñas mutiladas para robarles el placer en Egipto o Sudán, mujeres maltratadas en cualquier rincón del mundo por resistirse a ser un objeto y una esclava… Mujeres víctimas propiciatorias de la violencia, por el mero hecho de ser portadoras de un potencial de sensibilidades, sentimientos y vitalidad que los hombres que ejercen su poder sobre ellas, son incapaces de comprender y aceptar.
Las guerras propician y agravan este tipo de situaciones – y siempre hay algunas en marcha en los lugares de costumbre – pero, tampoco en épocas de paz la mujer disfruta del pleno reconocimiento de sus derechos. Aún son infinidad las legislaciones que la discriminan y, en aquellos países en que esa equiparación legal se da, todavía dista mucho de ser una realidad implantada totalmente en la esfera laboral, social o familiar. Es difícil que, ante las escenas de masacres, violaciones masivas o ablaciones en África, cualquier conciencia occidental no se estremezca de asco; pero respecto a esa otra violencia – física o verbal – que se ejerce contra las mujeres en el hogar, el trabajo o la calle, en las sociedades “democráticas”, la respuesta -si es que se produce- suele ser más ambigua y minoritaria. Salvo que esa preocupación mediática venga orquestada desde el poder y sus órganos de manipulación de masas.
Pero, ante ese repentino interés del poder por un tema tan terrible como antiguo, las gentes concienciadas y críticas -sobre todo los colectivos de mujeres- deben estar muy alerta, no vaya a resultar que, como en tantos otros casos anteriores, caigamos en la trampa de pedirle al Estado el endurecimiento de unas leyes que luego, como es lógico, sólo se aplican con todo su rigor a los de siempre. Todavía debe andar por la calle y es posible que hasta dicte sentencias, un juez de Ciudad Real que hace unos años mató a su mujer a puñetazos, delante de su hija – con la cual aún debe convivir y de la que conservaba la patria potestad – pero claro, por mucho que endurezcan las penas, ese y otros ejemplos similares, serán siempre casos de enajenación mental transitoria.
No hay que retroceder mucho para encontrar campañas similares: antes de la reforma del Código Penal, se habló también largo y tendido en los medios, sobre la delincuencia, la inseguridad ciudadana y las drogas … Hoy, cuando esa modificación ya se ha producido, vemos que, contra quienes iban los retoques fundamentalmente, era contra insumisos, okupas, huelguistas no aborregados y otros “asociales” y “antisistema” de tal jaez. Por eso, nos tememos que, detrás de esas declaraciones oficiales de repulsa por las violaciones y palizas a mujeres, se escondan otras intenciones menos feministas. Si sabemos que la cárcel sólo produce monstruos y que entre sus muros, únicamente se pudren los hijos de nuestros barrios más miserables, es evidente que la petición de leyes más severas, no deja de ser una reivindicación superficial, inútil y perfectamente asumible por el sistema. Si no cambiamos las cosas de raíz, lo único que lograremos con esa política es seguir necesitando de la construcción de nuevas prisiones; algo a lo que el Estado se apresta gustoso, como lo demuestran los proyectos en marcha.
El que haya muchas y rígidas leyes y un gran aparato represivo, no garantiza una disminución de los delitos, de la misma forma que la existencia de la pena de muerte en gran parte de EE. UU. no evita que este país tenga el más alto índice de homicidios. Son otras las reflexiones que debemos hacer. Va siendo hora de que alguien se atreva a plantear públicamente, si la familia nuclear, tal y como la conocemos hoy en Occidente, es el modelo de convivencia adecuado para este tipo de sociedad o por el contrario es un vivero de caricaturas de machos alfa sedientos de sangre femenina a la menor contrariedad; va siendo hora de que nos preguntemos si la pareja supuestamente estable y monógama es el único marco posible para la realización afectiva y personal.