La Veranda de Rafa Rius
Comencemos con una obviedad del señor Pero Grullo: el futuro, por definición, es aquello que todavía no existe y que incluso, tal vez, nunca existirá.
Pues bien, para una serie de arriesgados y entusiastas magos de la predicción, no sólo existe de manera impepinable, sino que lo dan por hecho y descontado, creyéndose además sus privilegiados intérpretes.
No estoy hablando de esas lumbreras patéticas que en la TV o el teléfono comercian con la ignorancia y el desamparo del personal, que esas merecerían capítulo aparte entre la sección de humor y la de sucesos (apartado de timos impunes), no, me refiero a algunos que pretenden volar mucho más alto pertrechados con las mismas armas: su supuesta capacidad de pronosticar de manera infalible aquello que aún no es.
Estoy hablando de unos extraños seres que habitan en las entrañas de las más importantes Bolsas internacionales y que amasan o pierden inmensas fortunas trapicheando con aquello que todavía no saben, faroleando y amañando el valor de algo tan intangible como el futuro. Y además se llaman así, sin cortarse un pelo: Mercado de Futuros. ¿Es posible? ¿Cómo se vende el humo de un futuro siempre incierto? ¿Surrealismo? No, real como la misma muerte.
Mercado de Futuros. Parece complicado pero, en pocas palabras, significa comprar hoy un determinado valor por el precio que apuestan a que tendrá en un día del teóricamente imprevisible futuro para vender cuando llegue ese momento recuperando el nominal invertido más las plusvalías. Por otra parte, también puede suponer financiarse hoy con la venta de un activo fantasma que aún no tienen en propiedad, tomando la obligación de devolver realmente ese activo cuando llegue la fecha prevista en el contrato, suponiendo que en ese momento podrán pagarlo y además obtener beneficios. Si una vez llegado el vencimiento el precio del futuro es menor, consecuentemente, habrá pérdidas en la ruleta especulativa. Locura total.
Por otra parte, los contratos de futuros se pueden dar sobre casi cualquier cosa que tenga algo de gancho para la especulación capitalista: productos financieros, metales preciosos, mercaderías diversas, materias primas y …productos agrícolas … Y es sobre estos últimos sobre los que valdría la pena detenerse unos momentos, ya que representan mejor que cualquier otro asunto el repugnante carácter, predador y despiadado, del juego capitalista.
Veamos. El centro mundial del negocio especulativo con los productos agrícolas se encuentra en la Chicago Board of Trade, en la Bolsa de Chicago, la gran metrópoli del Medio Oeste norteamericano, cuyo skyline se refleja airoso sobre las aguas del lago Míchigan, ciudad de gángsters y bluesmen y feudo del inefable presidente Obama.
Pues bien, aquí comienza la vieja paradoja: a pesar de que una parte muy importante de la producción de materias primeras a nivel mundial se da en los países de la llamada periferia, las negociaciones sobre los precios de la producción agropecuaria y otras materias primas se encuentra, casi en exclusividad, en los países del centro. Así, mientras los países de la periferia se dedican a producir productos como soja, maiz o trigo es el Chicago Board of Trade el que marca los precios a través de sus corredores que, disponiendo de información privilegiada, se dedican a especular, tomando posiciones en el mercado, y apostando sobre si la cosa irá al alza o a la baja; desestabilizando aún más los precios y haciendo que su volatibilidad arruine a millones de campesinos que no van a poder obtener cosechas futuras y por tanto agravando un problema de hambrunas y malnutrición, ya de por sí endémico en grandes áreas geográficas de Asia, África y América.
Y habría que insistir en que la seguridad alimentaria mundial es un tema central de nuestras vidas, incluso, por supuesto, en las de los que comemos de caliente cada día. Habría que repetir las veces que haga falta que no podemos permitir que esta trágica vergüenza se solvente acudiendo a la siempre descompensada e injusta ley de la oferta y la demanda, a través de mercados de futuros como el de Chicago.
En cualquier caso, deberíamos olvidarnos de esos futuros siempre imperfectos y dedicarnos a vivir y luchar por el presente acuciante que tenemos ante nosotros, sin caer en la trampa de esos trileros bocazas que siempre hablan de mañanas esplendorosos, eternamente escamoteados; de esos canallas que mienten imperturbables acerca de brotes verdes y salidas del túnel siempre diferidas, mientras la gente sufre y se suicida, y que recuerdan a esos azulejos que todavía cuelgan entre churretones de grasa tras la barra de algunos bares castizos: “Hoy no se fía, mañana, sí”.