La Veranda de Rafa Rius
Las figuras retóricas, por separado o hábilmente combinadas, cumplen un papel fundamental no sólo en la literatura sino también en la construcción dolosa del lenguaje político, en sus vastas posibilidades de enmascaramiento y manipulación de la realidad. En los últimos tiempos se ha venido hablando profusamente del papel de los eufemismos. El problema es que se han hecho tan burdos y evidentes que han perdido buena parte de su funcionalidad: cuando a la gente le hablan de “reajustes de precios”, “medidas de austeridad” o “desaceleración económica”, ya nadie se llama a engaño, ya sabemos traducir perfectamente y descubrir de qué están hablando y qué están intentando vendernos. Lo mismo está ocurriendo con las metáforas: cuando escuchamos hablar de “brotes verdes” o “luz al final del túnel” nos da la risa. Pero la colonización del lenguaje no debe parar. Así que, el gabinete de lingüistas al servicio del Poder ya está maquinando la incorporación de nuevos recursos expresivos en discursos, declaraciones y entrevistas varias.
Entre los que se están integrando en la retórica política con mayor rapidez y profusión se cuentan los oxímoros y los pleonasmos, recursos que a primera vista parecerían contradictorios pero que en el fondo se revelan perfectamente complementarios. Veamos:
Según el DRAE, oxímoron es la combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., “silencio atronador”, “soledad sonora” o “fuego frío”. Pleonasmo en cambio, sería la figura retórica que consiste en emplear en la oración uno o más vocablos, innecesarios para que tenga sentido completo, pero con los cuales se añade expresividad a lo dicho; p. ej., “lo ví con mis propios ojos”, “cállate la boca” o, mucho más hermoso: “temprano madrugó la madrugada” (M. Hernández)
En principio aparentan ser construcciones semánticas en gran medida contrapuestas, pero en el fondo pueden cumplir una función de complicidad en el proceso de mangoneo de los significados.
En el campo semántico del lenguaje político, su utilización es cualquier cosa menos inocente, sirve para alimentar el discurso autoritario, sostenerlo y proporcionarle coartadas para su ejercicio y consolidación.
Es a través de una adecuada manipulación en el seno de la especificidad del lenguaje político como las distintas ideologías construyen sus relaciones de poder como factor de cohesión y reconocimiento y al mismo tiempo, para hacernos creer que actúan, que trabajan denodadamente por el bien común, en un contexto de progresiva codificación del lenguaje.
Así, por lo que respecta a los pleonasmos, nos hablan de “democracia participativa” (¿Qué democracia lo sería si no fuese participativa?) o “participación ciudadana” (¿Qué participación podría no ser de los ciudadanos?) o más aún, de “conflictos laborales” cuando el propio trabajo asalariado ya es de por sí un continuo conflicto.
En lo que se refiere a lo oxímoros -dejando aparte algunos tan literalmente sangrantes como el de “inteligencia militar”- nos encontramos con expresiones como “crecimiento negativo” (En qué quedamos, ¿crece o no crece?) “tolerancia cero” (a eso, creo que mejor llamarlo intolerancia) “banca ética” (¿desde cuándo la usura tiene algo que ver con la ética?) o “discriminación positiva” (cuando discriminar, según el DRAE es “seleccionar excluyendo o dar trato de inferioridad” y por tanto, es en sí un acto profundamente injusto). Y sin olvidar algunos tan divertidos como aquel cartel que veíamos fijado en una pared y que indicaba “Prohibido fijar carteles”. Así, podríamos seguir hasta quedar ahítos.
Podríamos conjeturar que en el fondo tampoco tiene excesiva importancia: quizás en el fondo se trate tan sólo de un momento histórico en el que se privilegia la forma sobre el contenido. Lo malo es que tal vez, como sostenía con genial ironía Roland Barthes “en el fondo todo es cuestión de forma”.