El dedo en el ojo de Félix García Moriyón
¿Recordáis esta frase: «Hay que refundar el capitalismo»? La dijo Sarkozy al poco de estallar la crisis hace ya algo más de cuatro años. Existían augurios pesimistas, no muchos, pero existían. Como suele ocurrir, las personas, especialmente los gobernantes abrumados por las dificultades y secuestrados voluntariamente por la codicia de las élites financieras, miraban para otro lado esperando que escampara el temporal y la mano invisible del mercado, o Santa Rita, abogada de las causas imposibles, resolviera cual Deus ex machina el embrollo en el que nos habían metido. En ningún momento pensaban que era necesario dar un giro radical al rumbo de la política social y económica.
Pues bien, la crisis se desencadenó como un tsunami que lo destruía todo a su paso. Fue entonces cuando tomaron algo más de conciencia de que las cosas iban realmente mal y con cierta radicalidad, más bien demagógica, hablaron de una refundación total del modelo. No sólo Sarkozy, también Obama. Otros líderes no iban tan lejos y simplemente echaban una mano a los que habían cometido las tropelías para que salieran bien parados de la crisis y todo cambiara para que no cambiara nada.
Pasados cuatro años, la frase de Sarkozy se entiende mejor: re-fundar el capitalismo lógicamente no es superarlo dialécticamente (como diría Marx) mucho menos destruirlo (como proponían más bien los anarquistas). Es volver a fundarlo sin poner en cuestión las premisas sobre las que se sustenta. Y en esas estamos. Llevamos ya cuatro años de aplicación de la ortodoxia neoliberal que había provocado la crisis y la situación mejora más bien poco. No se ve la salida y sólo se contempla el dolor de quienes sin realmente merecerlo están pagando los rotos con una degradación real de sus condiciones materiales y sociales de existencia. Es más, la crisis se instala para quedarse durante mucho tiempo y erre que erre desde el corazón de la bestia, el Banco Central Europeo, se sigue proponiendo la ortodoxia: bajada de salarios, retraso en la edad de jubilación, flexibilización del empleo…, y también mejora en la educación e investigación y lucha contra el fraude fiscal, aunque esto último no deja de ser un brindis al sol, mientras que lo primero son medidas de inmediata aplicación.
A la vista de lo que ocurre, cobra más fuerza si cabe la argumentación de quienes desde antes del estallido de la crisis estábamos proponiendo un cambio radical del modelo en el que vivimos. Cierto es que no parece posible realizar un cambio de la noche a la mañana; incluso en el caso de ser posible, quizá su costo social y humano fuera difícil de soportar. Pero está claro que es posible y necesario cambiar el sentido de la marcha proponiendo un crecimiento personal y comunitario que nada tiene que ver con el modelo actual de desarrollo, ni siquiera con el modelo de desarrollo sostenible del que tanto hablan los poderes fácticos dominantes.
Es tiempo de crecer mucho en muchos aspectos. Empezando por el mundo laboral, no se trata de que lograr el pleno empleo basado en los actuales parámetros. Lo que se trata es de avanzar hacia un modelo de producción que se oriente a una satisfacción adecuada de las necesidades humanas. Teniendo en cuenta eso, el fututo no está en trabajar más horas y más años siendo más competitivos, sino en trabajar menos horas y menos años siendo más eficientes. Lo que se impone es repartir el trabajo entre todos, disminuyendo la jornada laboral hasta las seis horas y suprimiendo las horas extraordinarias
Crecer en eficiencia implica buscar un modelo de producción que no agote las materias primas existentes y que se apoye en los ritmos naturales de equilibrio ecológico y social. Hay que reducir drásticamente el consumo basado en la obsolescencia programada y en la oferta de mercancías absolutamente innecesarias. E incrementar el consumo de bienes relacionales, de servicios de apoyo mutuo y atención a las personas que necesitan apoyos, de empleo creativo del tiempo libre…
También es el momento de acabar con una economía regida por la extracción de plusvalía y el crecimiento del producto interior bruto medido en términos monetarios. Urge orientar la economía hacia la creación de riqueza personal y social, de calidad de vida, de condiciones materiales que hagan posible el logro de la plenitud personal y social. Urge el crecimiento de iniciativas empresariales autogestionadas, en las que se consoliden pautas organizativas solidarias y cooperativas.
Llegada es la hora de crecer exponencialmente, si posible fuera, en capital social, lo que implica crecer en confianza institucional, incrementar el apoyo a la familia como entidad social básica de la convivencia humana, aumentar la participación asociativa de las personas generando una tupida red de asociaciones. Hace falta una mayor transparencia en la información y la gestión, así como incrementar y consolidar un amplio sector público realmente controlado por los ciudadanos. Necesitamos fragmentar el poder político, haciéndolo más autogestionado, con la rotación en los cargos y el desmantelamiento de la partitocracia, con la aproximación de la toma de decisiones a los ámbitos de proximidad, como el barrio o el municipio, y con la rendición de cuentas de quienes deben ser mandatarios y no solo representantes.
Es preciso desmantelar las tupidas y espesas redes de poder globalizado controladas por los mercados financieros en tiempo real, y crecer en una interrelaación de todos los pueblos que rompa fronteras y banderas, que busque la cooperación enriquecedora para todos en lugar de la competencia destructiva en la que unos ganan a costa de las pérdidas de otros.
Razón tenía Sarkozy al apuntar hacia una profunda reestructuración del actual sistema. Marraba completamente en la búsqueda de la solución porque no indicaba una salida de la crisis sino el camino hacia el precipicio. Aferradas al poder, las elites dominantes no quieren abandonar sus privilegios; habrá que darles un empujón creciendo mucho en un sentido radicalmente distinto. Es mucho lo que hay que hacer y hay que hacerlo en muchos frentes. Llega el momento de que crezcan las propuestas realmente alternativas y disminuyan las que no son capaces de salir de un modelo obsoleto que sólo beneficia a unos pocos.