La Veranda de Rafa Rius
Nightmare: la yegua de la noche. El idioma inglés tiene esa hermosa y terrible palabra para designar lo que en español se conoce como pesadillas: esos sueños perturbadores que nos acosan con sus imágenes abominables. Cuando pienso en ello, imagino una yegua blanca cabalgando desbocada por un paisaje nocturno, con las crines al viento, mientras la luna juega al escondite con las nubes. De modo similar, el hortera de Blasco Ibáñez utilizó, copiándola de Juan el evangelista, la imagen de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis que sus admiradores de Jolibú se apresuraron a convertir en película.
Sea como fuere, yegua de la noche o jinete del Apocalipsis, lo cierto es que en ocasiones, las metáforas dan cuenta de la realidad mejor que las crónicas supuestamente objetivas. Cuando tenemos delante de nuestras narices, demasiado cerca, el torrente de acontecimientos infaustos y a menudo incomprensibles, con los que la actualidad nos obsequia, quizás no esté mal distanciarse un poco por los caminos de la poesía para intentar entender algo.
Las entrevistas, artículos, análisis y reportajes que dan cuenta de lo que hay, muchas veces no consiguen sino sumirnos en la más absoluta perplejidad.
Las paradojas, los pleonasmos, los aparentes contrasentidos, la reducción al absurdo, a veces desvelan más los ocultos significados de lo que ocurre que el más juicioso y plúmbeo discurso.
En nuestro aciago presente, como en los azarosos tiempos de la 1ª Guerra Mundial, Dadá cabalga de nuevo, se hace necesario. Sólo desde lo que no tiene aparentemente sentido podemos llegar a recuperar algunas migajas de cordura.
En estos momentos y en cualquier lugar del planeta donde nos hallemos, viajamos a través de un panorama desolado en el que no se vislumbra ningún horizonte y en el caso de creer verlo, al llegar descubrimos que no era sino un espejismo. En el lugar donde debería estar el horizonte no hay sino un paisaje de puertas de salida cerradas a cal y canto. Europa, África, el Próximo Oriente, América Latina: la sensación de impotencia reina por doquier.
En un contexto tal que así, los políticos profesionales y su coro de plañideras se apresuran a hablar de brotes verdes y arcadias felices siempre por venir. Exigen nuestra confianza y empeñan su palabra fulera: “yo les aseguro…”
“créanme si les digo…” “estoy convencido que para el año dos mil nosecuantos viviremos en el paraíso…”
Entretanto, un tiempo que no se detiene, va consumiendo los relojes y nuestras siempre aplazadas posibilidades de dicha, en nombre de una felicidad eternamente futura.
Cuando las yeguas de la noche y los jinetes del Apocalipsis galopan desbocados por nuestras yermas estepas desoladas, sólo veo una posible receta: carpe diem y al tajo. Disfrutar todo lo posible cada momento y trabajar duro para que los que vengan detrás lo tengan algo mejor. Y mientras luchamos por desterrar la iniquidad de un presente oscuro, no olvidemos la evidencia de lo que dice la copla:
“Sólo se vive una vez…”