La Veranda de Rafa Rius
El concepto de barbarie siempre ha sido notablemente polisémico, diferentes acepciones en diferentes contextos, pero siempre ha tenido a través de todas sus interpretaciones un elemento común unificador: el bárbaro -como el culpable- siempre es el otro. Uno mismo, siempre cae del lado de los civilizados, los tolerantes, los demócratas… y esa especie de transferencia sublimada de oscuros sentimientos de culpa que nos hace desear por contraste ser siempre los buenos en cualquier película, es lo que hábilmente manipulado e instrumentalizado por quienes detentan el poder es utilizado para criminalizar aquellas disidencias que perturben su digestión satisfecha.
Los caciques mayas lograban que sus súbditos creyeran encontrarse en la cima de la civilización, aún cuando su sistema social incluyera la esclavitud y entre sus prácticas litúrgicas cotidianas estuviera la degollina indiscriminada en los altares de sacrificio. El nazismo logró convencer a muchos alemanes de que eran el pueblo elegido y que los hornos crematorios para judíos, anarquistas, homosexuales y gitanos, eran un paso necesario en el advenimiento del superhombre; no importaba: eran los bárbaros y no tenían cabida en el prometido -y siempre futuro- edén… y ejemplos así, hasta la náusea. A través del tiempo y en espacios culturales muy diversos, la situación no ha cambiado gran cosa.
En los albores del tercer milenio del calendario gregoriano, oséasé, ahora mismito, los bárbaros de moda son los terroristas. Pasada a peor vida la guerra fría y la política de bloques, desaparecido el chollo del terror rojo, cautivas y desarmadas las organizaciones obreras y confortablemente instalado el pensamiento único y uniforme en todos los living -o killing- rooms del planeta, se precisaba con urgencia un chivo expiatorio sobre el que hacer converger, desviándolas, nuestra frustración y nuestra ira. No fuera a ser que faltas de referente, en un momento de ofuscación, se nos ocurriera dirigirlas hacia partes más sensibles del cuerpo estatal o empresarial , y eso no estaría bien, no.
Y no es que falten razones para oponerse a cualquier muerte inútil, derivada de una visión mesiánica del papel de las vanguardias armadas, pero lo que no tiene sentido es pintar palomas blancas pidiendo la liberación de un carcelero cautivo de ETA y callarse ante la existencia de más de 80.000 presos del Estado, la inmensa mayoría víctimas del propio sistema. Tenemos el dudoso honor de ser el país de la CE con mayor porcentaje de personas presas por habitante y en cambio somos el segundo con menor tasa porcentual de delitos. Mientras el número de estos disminuye en torno al 3% anual, el número de presos aumenta día a día inexorablemente. ¿Cómo se come eso? ¿Acaso es menos barbarie cuando las tropelías provienen de Estado o cualquiera de sus sicarios del poder legislativo, ejecutivo o judicial?
Por otra parte, es una flagrante hipocresía esgrimir el derecho a la vida y la libertad y -a renglón seguido- pedir el endurecimiento de las leyes represivas y la reinstauración de la cadena perpetua, por muy revisable que sea, cuando paradójicamente sabemos de sobra que esas leyes caerán sobre los de siempre: los más pobres y los de más bajo nivel cultural, los mismos que claman venganza por las calles por el último infanticidio, y no tienen reparos en que a ellos mismos o a sus hijos, los estafen los bancos o los explote hasta la extenuación cualquier Empresa de Trabajo Temporal.
En el caso de Euskadi, no es cuestión de aceptar la falsa disyuntiva que nos plantean todos los agentes del poder: Con el nacionalismo vasco o con el español. Pues bien, ni uno ni otro, siempre con los oprimidos de cualquier latitud. No con ETA, con su guerra y su proyecto de Estado vasco ( por cierto, tendría guasa su oportunismo si decidieran apoyar a Bildu anunciando su disolución en plena campaña electoral) pero tampoco con la sagrada patria española, el gobierno, las clases dominantes y los partidos que apoyan un injusto orden social que produce muchas más muertes que el terrorismo etarra (no olvidemos que además de fútbol, somos líderes europeos en estadísticas de muertes en accidentes laborales)
No es en ningún modo aceptable que, para que todo el tinglao del terrorismo acabe de colar, sea necesaria otra vuelta de tuerca que ajuste aún más los mecanismos de sumisión: el empobrecimiento y la reducción del discurso de análisis político a su mínima expresión, dentro de un sistema binario limpio y sin matices que lo empañen: nacionalista o centralista, terrorista o demócrata, leGAL o ilegal, o eres antiislamista o eres miembro de una célula durmiente de Al Qaeda, en definitiva: conmigo o contra mí.
– ¡ Eh, eh, oiga! , ¡Que yo no juego a eso! ¡Que plantear las cosas así es una tremenda falacia! ¡Que todo es mucho más complejo y debe ser analizado libremente, sin tópicos, ni vísceras, sin apriorismos ni falsas tautologías!
– ¡Déjate de chorradas y súbete al carro si no quieres verte aplastado por él! ¡ No es momento de tibiezas sino de adhesiones!
Llegado que hemos a este punto de la cuestión, empezamos a verle las orejas – y algo más – al lobo del fascismo democrático y no podemos dejar de preguntarnos si no sería procedente el explorar la posibilidad de transitar otros caminos.
Hitler, Mussolini, Franco o Pinochet, entraron en el poder como elefantes en una cacharrería. Quizás en su momento histórico el capitalismo no encontró otra solución, quizás en sus análisis no supieron verla, quizás pensaron que el miedo siempre guarda mejor la viña. Hoy, en cualquier caso, no es así. Por fin han descubierto que la mejor forma de detentar un control absoluto del poder, la más duradera y segura, no es mediante la imposición autoritaria sino mediante el convencimiento, de manera que creamos que estamos ejerciendo nuestro libre albedrío, haciendo lo que aconsejan nuestra razón y nuestro deseo, cuando en realidad no estamos manifestando sino nuestra adhesión incondicional a las consignas emanadas de Estado y Mercado. Cuando además nos hacen ver que millones de personas piensan y actúan como nosotros, nos ratificamos aún más si cabe en nuestra postura.
La jugada es perfecta desde el punto de vista del poder: un ejército de esclavos satisfechos, orgullosos de serlo, enteramente a su disposición. Y esto, ¿Cómo se consigue?. Fundamentalmente a través del lenguaje que, sabiamente utilizado y hábilmente manipulado desde escuelas, universidades y medios de (in) formación hace que acabemos por creernos que no podemos vivir sin saber que pasa con la boda de la duquesa y en cambio no nos preocupemos de las miserias y la injusticia generalizada con la que convivimos a diario.
El rechazo del asesinato, sea este político o de cualquier otra naturaleza, es algo que caracteriza a la mayoría de seres humanos, pero manifestar ese rechazo apoyando con ello a un Estado que pretende, por el medio que sea, acabar con cualquier tipo de disidencia a su discurso unificador, parece suicida.
Se pide que rechacemos la violencia, pero ¿qué se esconde tras ello?, que apoyemos al Estado y sus desmanes, al Mercado, en definitiva, que empobrezcamos por completo nuestras vidas y nos sometamos sin resistencia a los dictados del Sistema, Capitalista of course.
Pues bien, si estar contra el Estado y sus instituciones represivas, es ser partidario de la violencia, habrá que serlo.
Si mantener un discurso diferente contra la violencia de un discurso único es ser partidario de la violencia, habrá que serlo.
Se acercan tiempos más difíciles todavía y Estado no va a dejar pasar la oportunidad de criminalizar todo aquello que no entre en sus esquemas, pero habrá que seguir -a pesar de todo- del lado de los bárbaros, es decir, con aquellos que todavía creemos que se puede y se debe luchar por alcanzar una sociedad diferente y mejor.
¡Y usté que lo vea!