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Opinió

La socialdemocracia, al final de la escapada

Rafael Cid
Rafael Cid

El Vaivén de Rafael Cid

Lo peor no es que, contra toda lógica, la publicitada renovación del PSOE consista en que los abuelos sucedan a los nietos. Eso tendría un pase si los mayores fueran personas dignas y abandonaran su bien merecida jubilación para correr a gorrazos a sus bárbaros alevines. Lo siniestro y patético es que unos abuelos que han sido fervientes ejecutores de las nefastas políticas de sus cachorros se postulen como savia nueva para un radiante porvenir.

Estamos ante otro episodio, el más desgraciado y venal, de la caída libre en que se ha instalado el socialismo español, perdidas las mínimas referencias de decencia política. Es un escenario, ahora bajo la marca Rubalcaba, que encubre un páramo moral e intelectual al que se intenta maquillar a base de marketing y publicidad engañosa. Aunque en realidad, tamaña sobreactuación, revela que la socialdemocracia ya sólo es un cadáver exquisito. Por más que el malogrado Tony Judt confiara en ella como alternativa al sistema.

La proclamación de Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato oficial del PSOE para las generales, tras ser el alumno más aventajado del zapaterismo (llegó a amenazar públicamente a Tomás Gómez por convocar primarias en Madrid y no plegarse al dedazo de ZP y), supone un viraje en redondo tan chusco como alucinante. Y traduce con rasgos de opereta el proceso de descomposición que está llevando al partido de Pablo Iglesias a su práctica liquidación por falta de anticuerpos.

Disciplinada toda la familia socialista en el culto al jefe y al peculio (“quien se mueva no sale en la foto”), lo que hizo que entre todos los niveles de su estructura nadie se opusiera a las políticas antisociales del gobierno, resulta hasta cierto punto consecuente que no exista recambio ante la debacle electoral que se pronostica. Lo más que el PSOE es capaz de ofrecer en su indigencia es un producto recauchutado que fía toda su eficacia placeba a la capacidad de la sugestión mediática.

Alfredo P. Rubalcaba y su holograma Rubalcaba a secas no es la solución porque forma parte de la raíz del problema. Es cosa sabida. El efecto Rubalcaba no impidió el desastre electoral del 22 de mayo y su teórico “guiño a la izquierda” es totalmente contradictorio con las medidas que el todavía presidente zombi del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero acometerá tras el lunes negro del 11 de julio, fecha en que la prima de riesgo se disparó por encima de los 300 puntos y la bolsa se hundió entre el fuego cruzado de los mercados y la actitud errática de un régimen bicéfalo y bipolar, sin darse cuenta por quién doblan las campanas. Y sobre todo, hay que insistir en ello, porque durante esos largos años en el poder la ideología del partido ha sido jibarizada por los intereses cortoplacistas del gobierno afín, creando una nomenklatura parasitaria que ha dejado sin constantes vitales a la veterana formación política.

Hasta tal punto ha llegado esta errática deriva, que en el fondo el centenario PSOE hoy es un apéndice más del modelo impuesto durante la transición consistente en cambiar algo para que todo siga igual. Una fórmula que a los 36 años de la muerte del dictador ha conformado un país en el que la derecha vernácula y la iglesia cerril ocupan una posición dominante, mientras la izquierda oficial se ha erigido en el mejor garante de los privilegios de la banca, las multinacionales y la clase dominante. Con la propina añadida de haber colapsado cualquier otro proyecto político situado a su izquierda por la asimilación de los cuadros de esos partidos y la burocratización de los sindicatos mayoritarios.

La larga marcha del PSOE a través de las instituciones desde que abandonará la legalidad republicana para someterse a la disciplina marcada por la monarquía del 18 de julio ha terminado en una socialdemocracia sin más sustancia que la aportada por la defensa del capitalismo neoliberal y el hecho de estar dirigida por un nutrido grupo de funcionarios sin apenas relación con la realidad de la calle. Agoniza, en fin, esta saga del puño y la rosa por falta de democracia interna, más allá de los aspavientos de quienes desde los medios de comunicación enfeudados a la casta dirigente la jalean (Hay partido, editorializada El País al glosar las propuestas de Rubalcaba) para que no desmaye en la tutela del statu quo.

Es infantil y cínico que Rubalcaba se presente como la gran esperanza blanca entonando un “yo no he sido”. Que su trucado “guiño a la a la izquierda” sea aclamado por cuadros y bases que siguen aprobando las medidas antisociales de Moncloa. Que el discurso esquizoide Rubalcaba-Zapatero no desate todas las alarmas, sabiendo que muchas de esas “declaraciones de intenciones” también estaban en el programa electoral que el PSOE de Zapatero incumplió. Por no hablar, una vez más, del ridículo y parafascista recurso de cifrar la solución de los ingentes problemas sociales en la emergencia caudillista de “hombres providenciales”, un elitismo banal que indica el abismo que separa a los representantes de los representados y que ilustra sobre la conversión de la democracia realmente existente en una franquicia del capital.

No le faltaba razón a Herbert Spencer cuando advirtió sobre “el modo en que un sistema de pensamiento puede agitarse con gran espíritu después de haberse suicidado”. Rubalcaba puede ser un fenómeno y dar muy bien en el manejo de la comunicación. Pero su mercancía está averiada y el método de salvación que vende sabe a impostura y a mangancia. Que sean los mismos corruptos que atizaron el expolio quienes se ofrezcan para liderar el rescate, está en el guión de la impresentable y cleptómana crisis que padecemos. Agua pasada no mueve molino.

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